Era un portuense "asilvestrado" y abducido por La Laguna, por sus gentes, sus calles y por su equipo de baloncesto, el CB Canarias. Se trata de José Miguel Adán Rodríguez, por todos conocidos como el padre Adán, y que tras 89 años de bien en este mundo descansa en paz desde ayer.

Natural de Puerto de la Cruz, donde nació en 1926, siendo niño se trasladó con su familia a Icod de los Vinos, donde pasó su juventud. En la mañana de ayer la noticia de su fallecimiento corrió como la pólvora en la Isla. Ya por la tarde, la capilla ardiente del padre Adán quedó instalada en la cripta de los Hermanos Bethlemitas, justamente en la trasera de la plaza de la Catedral y esta tarde, a partir de las 13:00 horas, se celebrará el sepelio con una misa exequial que será presidida por el obispo Bernardo Álvarez, al que la muerte del padre Adán le sorprendió ayer fuera de la Isla. No obstante, quiso estar presente en el último adiós de tan querida persona.

El padre Adán fue ordenado presbítero el 17 de frebrero de 1951 por el obispo de ese entonces, Domingo Pérez Cáceres. Su primer destino fue la parroquia de San Bartolomé en Tejina. Allí estuvo como vicario sustituto. Ese mismo año fue nombrado beneficiado salmista de La Catedral. Tres años más tarde pasó a ser vicario sustituto de Nuestra Señora del Rosario, en el pueblo de Valle de Guerra.

A partir de ahí, también ejerció como capellán, coadjutor de la parroquia de Nuestra Señora de Los Remedios, fue profesor de Religión en el colegio Luther King y canónigo de La Catedral y capellán de la Clínica La Colina. Además, director y fundador de varios coros y presidente del CB Canarias.

El obispo Bernardo Álvarez destacó sobre el padre Adán algunos aspectos como "su cercanía y como buen predicador de la Palabra de Dios que era. De seminarista recuerdo sus misas, una de la Catedral, donde acudían muchas personas para escucharlo. Capacitado para la música y el canto".

Por otra parte, puso en valor la promoción, además, "de distintas iniciativas culturales, sociales, deportivas en la Ciudad de La Laguna, lo cual habla bien de su integración en la realidad que le tocó vivir". También resaltaría su espiritualidad, la paciencia con la que llevó su enfermedad estos años. Igualmente, supo mantener vivo el espíritu de oración, su amor a María acompañando el apostolado de Fátima. En definitiva, un ser humano que mientras tuvo capacidad puso toda su persona al servicio de Dios, la Iglesia y la propia sociedad", apuntó.