Lo mejor de tener un policía malo es que cuando habla el policía bueno queda de lo más aparente. Por eso cuando el alcalde de La Laguna, José Alberto Díaz, echa un poco de sensatez en la discusión sobre el destino de las aguas fecales, luce como cuando uno escucha la voz de un gran estadista en medio de una pelea de verduleras. Javier Abreu, que es un tipo inteligente con verbo venenoso, se encargó del siempre azaroso trabajo de citar a los políticos de Santa Cruz con el capote rojo de sus acusaciones. No hizo falta mucho. Hasta el propio Bermúdez salió de toriles como un expreso de cercanías para decir que la depuradora de Santa Cruz iba a dedicarse a las aguas residuales de la capital y que los demás municipios se las ventilaran como pudieran. A lo que Abreu, siempre ocurrente, respondió recordándole a Bermúdez el Kamasutra topográfico. O lo que es lo mismo, que los laguneros están encima de los chicharreros. Y que la gravedad casi siempre hace que las cosas terminen bajando. Lo que incluye las aguas donde flotan excrementos.

Hace dos décadas, mientras recorría la Costa Brava, veía las inversiones de los municipios catalanes que se dedicaban fundamentalmente a dos cosas: a crear playas artificiales con escolleras y a poner en marcha depuradoras de aguas residuales. En nuestras islas es una tarea que se ha hecho de forma parcial, incompleta e insuficiente. La depuradora de Santa Cruz es insuficiente en la práctica para tratar todas las aguas de la zona metropolitana (aunque su capacidad teórica sí que lo es: alguien tendría que aclarar este contrasentido). Esto no se arregla con insultos, ni ocurrencias, ni debates estériles. Ni es la única zona de la isla donde se vierten aguas sin tratar al mar (hay muchos más lugares, por cierto) ni la solución pasa por otra cosa que no sea dedicar inversiones a nuevas infraestructuras. El Consejo Insular de Aguas de Tenerife tiene por escrito lo que hay que hacer, dónde y cómo hacerlo. Falta que parte de las inversiones se destinen a este tipo de obras poco efectistas desde un punto de vista mediático.

El alcalde de La Laguna ha ofrecido un poco de sentido común en un enfrentamiento poco edificante en el que nadie tiene más que un trozo de razón y todos carecen de ella. Ya iba siendo hora de que se preste atención a la mierda que estamos tirando en nuestro subsuelo o en el mar. En pleno siglo veintiuno la cultura de reducir la huella ecológica en nuestras islas tendría que estar incorporada en el ADN de la gestión pública. Si las administraciones se ponen de acuerdo y trazan un plan, seguramente se van a encontrar fondos europeos y estatales que pueden cofinanciar una gran actuación para impulsar el tratamiento de las aguas residuales de nuestros núcleos poblacionales.

Lo que pasa es que hasta las aguas fecales tienen usos. El Cabildo, por ejemplo, manda cada día miles de metros cúbicos para uso agrícola en el Sur de nuestra isla, a través de una tubería que recoge las aguas de la depuradora (que una vez purificadas son públicas). Otro uso es el político. Abreu, en el fondo, aprovechó para hincarle una patada en el hocico al pacto de Bermúdez con el PP en la capital. No será ni la primera ni la última vez que lo veamos.