La impresión generalizada dibuja un edificio que vive en la trasera de la plaza del Príncipe y, desde su fachada, se asoma tímidamente, casi estrangulado, sobre una estrecha calle de nombre José Murphy. Y visto así, este inmueble parece no "pintar" nada en el conjunto de la trama urbana. Para muchos se trata de un auténtico desconocido, a pesar de estar considerado entre los vecinos más "ilustres" de cuantos habitan la ciudad; otros, lo miran de reojo y pasan de largo frente a sus puertas.

Así transita sus días el Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC), que encierra en su interior el mejor discurso artístico -acaso el único- capaz de "retratar" cronológicamente la historia y la evolución de la capital tinerfeña a lo largo de los últimos siglos.

Los sucesivos gobiernos municipales no han prestado demasiada atención al capítulo cultural (valga un somero repaso a las dotaciones presupuestarias), una dejadez que se ha acentuado en la actual coyuntura de crisis y resulta visible en el estado de este museo, siempre sujeto a la provisionalidad y sin identidad definida.

Sin el diseño un plan director que establezca cómo debe insertarse la institución en el conjunto de la ciudad y articule un cronograma de actuaciones concretas, el Museo Municipal seguirá convertido en un elemento ausente, una pieza suelta y sin alma.

"No sólo se requiere un discurso explícitamente museístico, a partir de exposiciones, sino un calendario de actividades capaz de sacar el arte a la calle, con la misma filosofía que se aplica en un parque temático, es decir, una sucesión de iniciativas que se repitan a diferentes horas del día", sostiene José Carlos Acha.

Quien así se pronuncia es el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz, que al subrayar las distintas iniciativas promovidas por sus antecesores en el cargo no hace sino sancionar el carácter de espontaneidad de la política cultural, al impulso de ideas y criterios personales.

Ahora, tras la retirada de ese incómodo "okupa" que fue el Gobierno de Canarias, gracias a la caducidad del convenio firmado en su día entre el Ejecutivo y el Ayuntamiento capitalino, se ha abierto la posibilidad de disponer de unos valiosos metros cuadrados que van a permitir "respirar" al museo, sobre todo a sus fondos, si bien a día de hoy se carece de un proceso de reflexión sobre cuál debe ser el discurso expositivo.

De momento, en la planta baja, a pie de calle y con acceso independiente al Museo, se está adecuando una sala de exposiciones de carácter temporal, junto a otro espacio que se pretende destinar a zona de conferencias. Ambos comparten el nivel 0 con una selección de las obras que definen la trayectoria artística de Pedro González, fundador del grupo Nuestro Arte.

La primera planta se ha convertido en un "depósito visitable". Y es que aprovechando el espacio liberado se han dispuesto un sinfín de obras que se encontraban amontanadas en los depósitos del y que ahora se muestran, pero sin un contenido ni artístico ni coherente, desde el argumento de salvaguardarlas del ostracismo y sacar a la luz el rico patrimonio que ha permanecido oculto a los ojos de los visitantes.

El recorrido está salpicado de obras de diferentes estilos y corrientes, de prestigiosas firmas que se mezclan y llenan las paredes repartidas aquí y allá; tan pronto aparece un González Méndez, como una acuarela de Bonnín, surge un Sureda, el trazo indigenista de Guezala o los sueños surrealistas de Oscar Domínguez.

La segunda planta, la única que dispone de aire acondicionado, es también la que se estructura con un sentido cronológico y formal, un recorrido donde se muestra la pintura flamenca (XVII), obra que atestigua la estrecha relación de Canarias con los puertos de Flandes, y en la que cabe destacar el "Tríptico de Nava"; exponentes de pintura barroca española (XVII y XVIII) y canaria; pintura del siglo XIX, retratos y obras de género historicista, y cuatro salas dedicadas al paisajismo canario del XIX, con figuras como Valentín Sanz y Méndez González, además de Nicolás Alfaro.

Asimismo, el Museo custodia obra cedida por El Prado de los siglos XVII, XVIII y XIX, además de una serie de los "Grabados" de Goya y en exposición permanente figuran pinturas de autores tan relevantes como Ribera, Federico de Madrazo o Sorolla.

Otra estancia reúne una colección de armas cedida por un particular (actualmente cerrada por falta de personal); un sinfín de fotografías; las obras de las distintas ediciones de la Bienal de Artes Plásticas... Asimismo acoge las dependencias donde se desarrollan los talleres municipales de artesanía, pintura y otras disciplinas artísticas.

Con todo, entre las prioridades inmediatas está la de finalizar la obra del ascensor, en fase de ejecución y un elemento básico para permitir la accesibilidad a las diferentes plantas del edificio a las personas con movilidad reducida y, posteriormente, acometer la implantación de sistemas de apoyo para la interpretación de las personas invidentes o con discapacidad auditiva.

Hasta entonces, el Museo Municipal mantiene su condición provisional, a la espera de una pincelada que coloree su futuro.

Capital y dinamismo

En el siglo XIX, Santa Cruz de Tenerife, capital de Canarias, crece al abrigo de una floreciente actividad portuaria, escala obligada en las rutas trasoceánicas. Este auge lo capitaliza una burguesía local que traza su impronta, levantando instituciones y sociedades que exhiben el dinamismo urbano. La ciudad comienza su expansión. Los procesos de desamortización de bienes de la iglesia durante el XIX propiciaron la disponibilidad de suelo urbano. Así, en la antigua huerta del convento Franciscano de San Pedro Alcántara, donde se erigirá la actual plaza del Príncipe, se levanta el Museo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife en 1899, por el impulso de los pintores Pedro Tarquis Soria y Teodomiro Robayna, junto al periodista y político Patricio Estévanez Murphy. La primera exposición tendrá lugar ese mismo año, ubicándose las primeras obras en las dependencias del antiguo convento franciscano. En 1933 se inaugura el espacio actual, obra del arquitecto Eladio Laredo, que concebido como Museo y Biblioteca municipal es el primer edificio construido específicamente para tal fin en Canarias, lo que supone un papel pionero en la historia de la arquitectura de las islas. En su fachada se colocan diez bustos de intelectuales y pensadores, todos ellos figuras relevantes de la historia y la cultura de Tenerife.