La vida de la protagonista de esta historia ha sido complicada, llena de vaivenes, casi todos negativos, y muy alejada de los convencionalismos. A sus 56 años (aparenta algunos más), Esperanza Lugo Rodríguez intenta dar un giro positivo, tal vez el último posible, a su existencia. En la calle desde la adolescencia, nacida en Taco y criada en Los Campitos, hace seis meses que duerme sobre un colchón en los alrededores del pabellón Pancho Camurria. La pasada fue tal vez su semana más dura en este entorno al unirse la muerte de una indigente británica, Jaqueline, su "vecina", con dos madrugadas de una intensa y rara lluvia de agosto.

Acompañada siempre por su fiel perrita "Nuna", de la que dice que solo le falta hablar, pasa sus días entre las escaleras del pabellón, en medio de la tertulia con sus compañeros sin techo, y su zona, el espacio lateral de la instalación hacia donde ha crecido el asentamiento de chabolas. No está de acuerdo con los cálculos oficiales porque, asegura, "aquí hay más de 30 personas y subiendo. El albergue está saturado y vienen aquí, incluso gente en silla de ruedas. Y jóvenes". Afirma que "hay muchos extranjeros, aunque también bastantes del país". Tiene una patología con tratamiento, algo común en el entorno, en este caso la hepatitis C "de la que casi me muero en 2011 porque llegué a estar en coma. Sigo viva de milagro".

Esperanza acompaña a EL DÍA hasta su humilde "casa", apenas un trozo de pared con un colchón, algo de ropa o un tendedero en el hueco entre palets y tablas de madera. Para ella "aunque no tenga caseta, esto es un tesoro comparado con la casa donde vivía de ocupa en Taco" hasta el pasado febrero y que dejó porque "todo el día había follones. Un día cogí a mi perrita y los cuatro trapos que tengo, y me fui".

Aquí tuvo lugar el pasado lunes, hace justo una semana, la muerte de Jaqueline, una emigrante británica de 53 años que Esperanza sufrió en primera persona e intenta superar. A ella se unieron dos noches "de perros" con una extraña lluvia de verano que le obligó a refugiarse en los soportales del recinto deportivo. "Todavía más difícil para los que vivimos en la calle sin hogar" valoró. Y apostilló: "Por aquí no han venido nunca los servicios sociales, ni siquiera los del Albergue. Solo la UMA y exclusivamente si pasa algo como lo de la pobre Jacky. De resto, no. Y mucho menos, políticos. Solo se interesan algunos vecinos".

A Esperanza prácticamente no le queda familia directa. Sus padres murieron, al igual que tres de sus cuatro hermanos -"solo me queda el más pequeño", dice- . Estuvo casada y se divorció de un marido que también falleció. Trajo al mundo dos hijas. La mayor, de 38 años, tiene su vida encauzada y le ha dado dos nietos, de 15 y 13, "chica y chico". Pero la pequeña, de 18, reside en el cercano Centro Municipal de Acogida, el Albergue, donde ella misma come y se ducha a diario. "Tuve que sacarla de la casa donde vivía porque el ambiente era muy malo. Por ella sigo luchando", explica.

La trayectoria vital de Esperanza podría ser la base del guión de una película que cuenta su actriz principal: "Desde los 13 años estoy en la calle y yo diría que, aparte de lo que he hecho y por lo que ya pagué, no he tenido mucha suerte. Fui prostituta, caí en la droga, aunque estoy limpia hace años, y estuve en la cárcel". Pero no en cualquier prisión: "Me propusieron pasar droga de mulera a Brasil. Era joven y lo hice. Me pillaron nada más bajarme del avión en Sao Paulo y me condenaron a 19 años de los que cumplí 15 al reducirme la pena por buena conducta. Nueve pasé presa allí, en América, y el resto en Portugal, Badajoz y Tenerife II hasta que salí en 2003". No es necesario hacer ninguna acotación. Basta su mirada al contarlo.

Esperanza, que apenas cobra la pensión no contributiva más baja (364 euros) no cumple el perfil medio del indigente del Pancho Camurria. Afirma contundente: "Llevo 12 años en lista de espera por una vivienda social porque a nadie, o a casi nadie, le gusta vivir en la calle como un perro. Estuvieron a punto de dármela el año pasado en Geneto, pero casi con las llaves en la mano me dijeron que le hacía más falta a otra persona". El peregrinaje entre las sedes oficiales de la calle Ni Fú Ni Fá, municipal, y Residencial Anaga, autonómica, tendrá una nueva etapa en esta última oficina el próximo día 26: "Allí me valorará la asistente social y espero que sea el paso definitivo para poder tener de una vez mi casa".

De hablar pausado, pero seguro y mirada profunda, se le nota curtida por los años y la vida. Pero se aferra al significado de su nombre de pila. Una historia con Esperanza.