Después de una estancia familiar en Bilbao y viaje a San Sebastián bajé en tren a Andalucía, ya que tocaba visitar a amigos en Málaga y Cádiz. Los dos extremos de la España peninsular. Con todas sus diferencias hay un sustrato común cultural que es más que obvio, y que se hace evidente a cualquier extranjero que nos visite. Otra cosa son los intereses de los políticos y el ombliguismo regionalista. Lo que tiene muy poco que ver con la honda homogeneidad peninsular es Ceuta.

Ceuta, aparte de magníficas playas y parque marítimo de César Manrique, tiene bellos y señoriales edificios de diferentes estilos que han alojado a cristianos, hindúes, judíos y musulmanes. Se oye mucho hablar en árabe a pesar de que sean bilingües. Las grandes y bellas edificaciones dicen mucho de la ciudad, que tuvo una burguesía mercantil y comercial importante, además de altos funcionarios civiles y militares e intermedios con sus pluses de residencia y ventajas, más profesionales, pequeños comerciantes, marinos, estibadores...

El fuerte militar, compacto y macizo, iniciado en el s. XVI, es una verdadera joya, y ver cómo su foso, en la parte más estrecha del istmo, es atravesado por distintas embarcaciones representa un curioso y hermoso espectáculo.

Deben saber feministas y eurocéntricos que nada induce a pensar que el hyjab o pañuelo sea algo coactivo y humillante, sino, como dicen quienes lo justifican, sí parece signo de dignidad y autoestima. Me crucé con muchas chicas y nada hacía pensar que se sintieran marcadas y obligadas. Si las miran no bajan la mirada al suelo, por ejemplo. Ceuta es totalmente multicultural y sin nada que permita detectar la dominación o hegemonía por motivos raciales, religiosos o lingüísticos, todos están mezclados y no se ven barrios exclusivamente cristianos. En las terrazas se veían a nuestros compatriotas musulmanes en paridad. El hyhab es opcional, derecho individual, y maldita Ceuta si un día desapareciera. Conviven adolescentes ligeras de ropa con musulmanas vestidas de pies a cabeza o con sus hijas eligiendo por sí mismas lo que deciden ser, y ellas son civilmente occidentales. Verlas mezcladas es una maravilla, que no lo sería si todas fueran de una forma u otra vestidas.

Me he fijado en dos cosas que no había pensado: que el hyhab no es signo de coacción, humillación, opresión y que la comunidad islámica es muy tolerante a la hora de permitir la elección personal de sus mujeres, y muy respetuosa con la forma cristiana europea de vestir, vivir o meterse mano.