Lo que existe es porque ha sido observado. El árbol que cae en un bosque solitario hace un ruido inhumano. Carece de repercusión social. La observación es un fenómeno gregario que, además, tiene múltiples efectos secundarios, sobre todo cuando entran en juego los medios de comunicación.

Todo lo que tocan los medios de masas, como si fuesen herederos de un Midas mitológico, se convierte en otra cosa, se amplifica, se transmuta. Los terroristas han sabido utilizar muy bien ese efecto tirando piedras de sangre en el estanque de la prensa internacional, para crear ondas de impacto que llegarán más y más lejos en el planeta. Las ejecuciones del ISIS se cuelgan en el altar de YouTube y los comunicados se envían a los medios, como la convocatoria de un estreno de cine.

Los medios son el mensaje. O por lo menos el mensaje se construye pensando en los medios. Por eso cualquier problema o asunto humano que tenga una dimensión mediática plantea una serie de efectos añadidos, a veces indeseables. La bronca entre policías catalanes e inmigrantes en Salou -que empezó con un mantero que salió mortalmente por la ventana de su casa- extiende sus efectos mediáticos por todas las localidades de la Costa Brava donde los inmigrantes se sublevan contra las policía. Es el mismo relato multiplicador de la muerte de un joven negro a manos de un policía que de cuando en cuando incendia Estados Unidos.

Hay sociólogos que estudian el impacto de los medios en los comportamientos imitativos. ¿Hay más suicidios cuando se narra con todo lujo de detalles el último caso de un suicida? ¿El aumento constante de los crímenes de violencia de género tiene algo que ver con la repercusión pública -léase televisiva- de los crímenes que se detallan en los programas matinales y en los titulares de la prensa? ¿El lobo solitario que, armado hasta los dientes, mata a decenas de personas (en Noruega o en una iglesia americana) dispara su mecanismo asesino porque lo ha visto antes en la pequeña pantalla?

No hay repuestas fáciles a este tipo de preguntas. Pero el sentido común nos dice que saber algo debe tener consecuencias en quien lo conoce. La transmisión de las noticias es un acto involuntario. Un espasmo social, donde los medios actúan como un músculo que se inerva por una serie de estímulos (la audiencia, la publicidad, la difusión...) inevitables. Los sistemas de mensajería y de chateo, en la nueva sociedad de internet, han eliminado, además, la prescripción del profesional. Hoy todos somos capaces de difundir una información, cierta o falsa, que puede ser rápidamente amplificada. Ya no cabe hablar del control de la información porque esta es un turbulento caudal incontrolable e incontrolado que se mueve en diferentes capas y formas en la aldea global de nuestro planeta.

Un arquitecto atracador de bancos (maldita crisis) fue capturado en su chalé. La polícía le cazó a través de las cámaras callejeras, que sacaron una imagen de su moto. No sólo los ciudadanos están más informados, también el zorro que vigila a las gallinas ha aprendido las ventajas de la tecnología. El futuro está aquí y consiste en saberlo todo.