El 26 de julio, los dirigentes de Podemos anunciaron que "nos vamos a descansar", cerraron la tienda y se tomaron vacaciones. Lo han respetado al pie de la letra. Ni los malos datos del CIS, que van reduciendo día tras día sus expectativas, ni la convocatoria de Artur Mas de las elecciones catalanas les han hecho cambiar la estrategia. Mientras unos piensan que es el cansancio acumulado, otros creen que el grupo directivo necesitaba reflexionar sobre el futuro de la organización. Después de un éxito arrollador, casi sin necesidad de definirse políticamente, sólo esperando los errores de los adversarios, la gran decisión ahora es si comparten o "esconden" su marca junto a otros grupos o mantienen el "blanco nuclear" de la suya, viajando políticamente en soledad. Las presiones que están recibiendo por parte de quienes les quieren al lado de Izquierda Unida son muy fuertes. Pero también hay otras fuerzas políticas que no aceptan unir fuerzas bajo el paraguas de Podemos, sino que sólo aceptarían el acuerdo figurando delante de Podemos o, lo que es más peligroso, sin el nombre de Podemos. Sin la marca y el mando, no hay control.

Durante este verano, los que, poco después del 15-M, se inventaron Podemos desde los despachos de la Universidad y bajo el prisma del populismo y de la izquierda anticapitalista, estudian si es posible mantener el control férreo del partido desde un pequeño aparato de muy pocas personas, como ha sucedido hasta ahora, o tendrán que ceder a las bases y permitir el asamblearismo de Facultad que fue esencial en el nacimiento del grupo. Y, además, si se puede sobrevivir sin definirse en el espectro político, si dar la batalla al PSOE en el espacio socialdemócrata o si jugar a ser la izquierda de la izquierda y alcanzar el poder mediante pactos, aunque no sean la fuerza predominante de la izquierda, aprovechando la debilidad aparente del PSOE.

Desalojar al PP del poder puede ser un objetivo estratégico. Gobernar algunos grandes ayuntamientos puede ser una fantástica campaña de marketing..., si no meten la pata demasiado antes de las elecciones generales. Pero ninguna de esas dos cuestiones es un programa de gobierno ni una idea de cómo tiene que ser el nuevo Estado, con Cataluña como cuestión más urgente. En dieciocho meses, Podemos ha pasado de la nada a las nubes, y desde ese momento el paracaídas no ha dejado de caer poco a poco, en parte por su ambigüedad y en parte por sus errores. Por eso se hacía necesaria la reflexión aprovechando el verano y el cambio de estrategia, sin consultar con las bases. Impuesto desde arriba, como hasta ahora ha sucedido casi todo en esta organización: conectar con la gente, escuchar a la gente, pero sin que la gente decida lo que el aparato ya ha decidido. El problema es si los militantes se dejarán mucho tiempo y si pueden remontar la pérdida de credibilidad, interna -que es la más grave- y externa. La historia acaba de empezar. Ya veremos qué pasa cuando Podemos dé por terminadas sus vacaciones y regrese al cole.