Agosto profundo y yo que estoy en pseudo-vacaciones, pero no crean, a gusto. Aprovecho para leer de "forma selectiva", zamparme libros adjudicados, incluso releer otros que me llamaron la atención en su día, caso del ensayo de del fallecido Santi Santamaría "La cocina al desnudo", que me pegué de un sopetón.

En él, el que fuera insigne cocinero era tajante acerca de la fast food y la "comida basura", aportando datos fehacientes sobre las actividades y beneficios de las grandes cadenas. Temática sinfín y poco antes de acometer este artículo, en mis repasos mañaneros de las webs, se informaba que una cadena británica reforzaba sus cuadrillas "para responder a la creciente demanda de clientes que tienen poco poder adquisitivo".

Ahí es nada. Bastante ignorante en materia de economía (aunque me voy poniendo rápido las pilas), bastantes hamburguesas me tendría que embaular como para que se me nublara el juicio y no le encontrara el tranquillo a este juego peculiar de oferta y demanda.

En estos días, en los que hasta podría demostrar el vuelo de una mosca con operaciones matemáticas, hago mis cábalas -y escribo mis convicciones- acerca de la tan traída y llevada comida rápida. Por de pronto, resulta muy significativo el que una especialidad como la ensalada césar, que hace décadas se servía en restaurantes de gran calado, es hoy por hoy formato recurrente y mediocre en los establecimientos de la "cocina chatarra", o como quiera denominarse.

La reflexión no es baladí si se tiene en cuenta que la implantación de unos artificios alimentarios que se han hecho sugestivos a la hora de imbricarse en el modelo de vida occidental -comida vertiginosa fuera de casa, a menudo en solitario y que llene- están continuamente relacionados, según las instituciones y observadores sanitarios internacionales, con la obesidad, que incluso gobiernos -como el británico precisamente- combaten con fuertes medidas, muchas dirigidas a la infancia.

Cada uno, en su momento existencial de la comida diaria, puede afianzar una mejora propia y de entorno si así lo elige; podría parecer diminuta, pero en realidad es inmensa. Cabría destacar dos actos que caracterizan el buen comer y que poseen una gran fuerza expresiva y de socialización: el consumo maduro e inteligente y ¡cocinar uno mismo de forma creativa!

No me refiero, ni mucho menos, a preparar una ensalada con rúcula de esas de cuarta gama (cortadas y lindamente envasadas), que ni el aderezo logra arrancar el sabor y textura a cartón.

"Al ralentí" estival, aprovechen para ojear, por ejemplo, ingredientes de un paté de jamón -de marca puntera, no crean-, cuyo contenido en el género protagonista no llega al 30 por ciento. Flanquean los grumillos sucesivos antioxidantes y potenciadores del sabor: un bocadillo con esto y ya estamos de nuevo en coordenadas de comida rápida.

Pues para rápidas, rápidas, unas ciruelas claudias recién cogidas del árbol (si se terciara la ocasión).

Santamaría, como se dijo al principio, ponía "a caldo de pota" toda manifestación de la considerada comida basura -y cómo no de la denominada "biomolecular"-. Otro chef considerado de los "rebeldes", Anthony Bourdain, invita -si se tiene prisa-, a evitar comer una hamburguesa y sí apostar por un producto local, a lo mejor en nuestro caso unos camarones con cerveza o un bocadillo de pata.

Con tanto tiempo al reposo, "arrepochado" en los pensamientos y lecturas, quedan las incógnitas de adónde vamos a ir a parar en el frente cotidiano de la nutrición. Claro está también que con una sartenada de lapas de El Hierro y un vinito de la tierra me convenzo de que tales disquisiciones pueden esperar.

Al menos hasta después del chapuzón en la playa.

* Director de la revista

Mesa Abierta