Estos días me ha llegado a la mente el recuerdo de don Paco Páez, con quien me unió siempre una sincera amistad a pesar de que nació veinte años antes que yo. Tuvimos muchas ideas comunes y coincidimos, más de una vez y más de dos, en diversas juntas directivas del más variado contenido: cultos de Semana Santa, organización de la primera Procesión Magna, miembros de la junta directiva del desaparecido casino "XVIII de agosto" y directiva del Real Club Deportivo Gara, aunque entonces nuestro equipo no había recibido el título de Real. Ya saben ustedes que nos fue concedido por el rey don Juan Carlos I con fecha 15 de Junio de 2012... (Pero perdónenme ustedes esta digresión porque, sin querer, se me ha ido el santo al cielo. Yo solo pretendo contar algo de don Paco).

Mi amigo era serio, sumamente serio; adusto según algunos vecinos del municipio. Pero en esta adustez, yo estoy en condiciones de afirmar que don Paco se reía por dentro. A carcajadas, además. En el supuesto, claro está, que se pueda uno carcajear por dentro, que me parece que sí. Ustedes dirán. Aclaro, de todos modos, que don Paco no contaba chistes y apenas sonreía cuando los contaban los demás.

Cuando el hombre salía a pasear con su esposa en uno de los diversos flamantes coches de que dispuso en su vida, todos nos quedábamos impresionados por la belleza de los automóviles que elegía. Pero vamos a lo que íbamos.

Un día hacía don Paco la ruta Santa Cruz-Garachico y, a la altura de La Matanza, un muchacho joven pidió autostop. Paró el coche mi recordado amigo, subió el muchacho y dijo que iba a Guía de Isora, lo que significaba que tenía que llegar hasta Icod y luego coger otro medio de locomoción. Durante el trayecto intentó el chófer varias veces entablar conversación con el inesperado acompañante, el cual se limitaba a contestar sí o no a las preguntas que don Paco le hacía. Hasta que el dueño del coche se cansó y el resto del viaje se hizo en medio de un silencio casi sepulcral. Al llegar a Icod, el chico abrió la puerta más próxima y, cuando iba a decir gracias, don Paco se le adelantó y le dijo:

-¡Que Dios te conserve mucho tiempo esa bella voz de barítono que tienes!

Cuando don Paco me contó la anécdota, yo me reí, como suele decirse, a mandíbula batiente, mientras él permanecía serio, adusto, seco, severo... pero riéndose por dentro, como siempre, cada vez que contaba una anécdota que hubiera vivido personalmente.

Como el personaje sigue dándome vueltas en mi memoria, al tiempo que pasaban frente a mi casa las espléndidas carrozas que Garachico ofreció este año a propios y extraños, recordé que mi personaje y su esposa, doña Olimpia Rolo, allá por los años sesenta del pasado siglo, construyeron una carroza espléndida, verdaderamente espectacular. Se titulaba "Colón y la Reina Católica". Creo que a ustedes les bastará el título para darse cuenta de que se trataba de representar aquel pasaje -creo que nunca demostrado fielmente- en el que doña Isabel empeñaba sus joyas para ayudar a que don Cristóbal llegara a las Indias por Occidente. Lo cierto es que, con su carroza, el matrimonio Páez-Rolo consiguió un éxito de grandes dimensiones. Don Paco y doña Olimpia, con la colaboración de los personajes históricos que encarnaban Carmita Marrero, Anita Arocha, Paquita Ramos, Olimpia Hernández, Antonio Velázquez y Lorenzo Dorta (no sé si se me olvida alguien), cumplieron su importantísimo cometido. Consiguieron, entre todos, descubrir América. Más trascendencia no cabe.

Tengo muchos motivos para recordar gratamente a don Paco.