Los nuevos pobladores de los diferentes cargos en la Administración pública han llegado como elefantes en una cacharrería, dispuestos a dar solución a todos los problemas y convertir nuestra tierra en una balsa de aceite y un idílico lugar. Bienvenidas sean siempre las nuevas ideas, pero me parece que seguimos en las mismas, y no es un tema local, pues en el resto del territorio nacional, los recién llegados están actuando precipitadamente, llevando a cabo sus ditirambos a la primera de cambio y convirtiéndolos en cortinas de humo que ocultan sus escasos conocimientos de gestión. Siguen en sus trece con los cambios de nombres de calles o avenidas con la consabida memoria histórica, pero qué casualidad que siempre es a favor de los republicanos. Con esa excusa no son capaces de solucionar nada, y dejen que pase algún tiempo en sus sillones bien remunerados y que se asienten en su nuevo modo de vida, que también formarán parte de esa casta.

Nuestra capital está llena de edificios y locales abandonados a su suerte, cuyos propietarios no pueden hacer frente a su mantenimiento, y por desgracia las propias leyes les han impedido rehabilitar. Muchos de ellos precisan una buena inversión para regenerarlos y recuperarlos para darles utilidad. Durante años los responsables de los diferentes órganos representativos de Patrimonio se han cerrado en banda y no han concedido ninguna cesión, salvo en el caso de los Carnavales, cuyos grupos parecen tener patente de corso. Así que otras organizaciones sin ánimo de lucro no han podido acceder a estos inmuebles para poder desarrollar actividades culturales para el bienestar de la población. Casi todos los días recibo algún correo electrónico relacionado con el tema de construcciones desatendidas, mientras las propias administraciones, siendo propietario de parte de ese patrimonio, solo formalizan alquileres de locales con inversiones muy altas.

La señora Teresa Laborda me nombra el cementerio de San Rafael y San Roque, abandonado a su suerte y que precisa una urgente recuperación, incluso familiares de difuntos enterrados en ese lugar se han ofrecido a pagar de su cuenta la reparación de esas tumbas. Pero lo que falta es voluntad para recuperar el sacrosanto. También está moviéndose la asociación del Parque Viera y Clavijo, un precioso lugar que dignificaría nuestra ciudad. La incombustible y guapetona Marisa Zamora ha hecho unas declaraciones en las que está dispuesta a poner a disposición de organizaciones y asociaciones algunos de estos edificios. Es una política válida, así que, en cuanto termine agosto, la nueva junta directiva de la zarzuela será la primera en solicitar una reunión para presentarle un buen proyecto que le permita tener una nueva sede. La Concejal de Patrimonio Histórico, Yolanda Moliné, también se ha ofrecido, por lo que espero que estas promesas no caigan en el olvido.

Lo que me parece una barbaridad es que un partido político exija al alcalde que se haga cargo del cuartel de Almeida, es decir, no podemos hacer nada con lo que tenemos y además nos cargamos algo que funciona. Ese odio a todo lo militar está presente aún en algunos partidos, pese a que la guerra terminó hace casi ochenta años. A esos jovenzuelos que despotrican de una historia que no vivieron les digo que ese lugar, cuidado, representa un emblema cultural de la ciudad. El museo se creó en 1988, pero el fuerte existe desde 1854, y en su hermosa biblioteca se custodia la Historia Militar de las Islas Canarias, sin olvidar que ha sido parte importante de la Gesta del 25 de Julio. Acabar con él significa eliminar nuestra historia, aunque ya sé por dónde van los tiros, también es uno de los solares más codiciados de la capital. Si los dejan, son capaces de construir una gran barriada para el disfrute de su populacho. También podría servir para hacer el Carnaval de El Toscal. Es lamentable que a estas alturas de la película existan personajes que tengan tal ojeriza, y además demuestren su incultura a 150 años de historia de Santa Cruz.

Hay patrimonios intocables, y el Museo es uno de ellos. Si quieren cambiar la nomenclatura de las calles, enumérenlas, y así no habrá ni de republicanos, ni de franquistas. Ya hemos tenido una calle 70, por qué no seguir cifrándolas.

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