No sé si es porque el calor, según las estadísticas, aviva la cólera, pero hace unos días me llamó un querido amigo y en tono indignado me comentó la intención, aún no aclarada, de eliminar el llamado monumento a Franco, orientado hacia el puerto santacrucero en plena avenida de Anaga. Se trata de la alusión a la guerra incivil, obra de Juan de Ávalos, escultor maximalista cuya ideología socialista lo llevó a ostentar el carnet número 7 del partido en su Mérida natal. Algo inexplicable si se tiene en cuenta que en su trayectoria vital fue salvado de ser fusilado por rojo, en última instancia, por el cura párroco de su pueblo, y más tarde depurado en 1942 por falta de confianza "al no ser afecto al régimen", según el BOE nº 208 del 27/07/42 y firmado por el ministro de Educación Nacional Ibáñez Martín. A pesar de todo ello, su valía como escultor superó las reticencias del Régimen, así que volvió en 1950 de su exilio en Portugal y obtuvo poco después el compromiso de la erección del monumento por todos conocidos del Valle de los Caídos; afecto desde hace años también a la polémica y al abandono como el que padece el de esta capital. Costeado por suscripción popular y gestionado por el poncio de entonces, Juan Pablos Abril, al que el pueblo bautizó con el sobrenombre del "pollo de Extremadura", debido a que en su discurso de presentación exclamó: "He venido a luchar por Tenerife...".

Anécdota aparte, con el transcurso de los años y el advenimiento de la ansiada democracia, la condición humana de los agraviados políticos, o sus descendientes, ha puesto en tela de juicio la permanencia o no del grupo escultórico, debido a su simbología. Porque el ángel, émulo del "Dragón Rapide" financiado por el empresario y estraperlista Juan March, despegó un aciago día con un pasajero gallego empuñando una espada vengadora, para acabar con el Gobierno legalmente constituido. El caso es que de las sucesivas denominaciones para enmascarar su simbología, me quedo con la más jocosa de "monumento al descabello", por la impresión objetiva del puntillazo que le propina con su espada el cabecilla golpista al ángel, emulando la fábula del escorpión y la rana.

Expresado esto, para no llamarnos a engaño ni a eufemismos, considero que pese a todo, esta obra debe de conservarse, por ser salida de un escultor de fama universal y porque es parte del escaso patrimonio de esta ciudad que, dicho sea de paso, no se puede decir que mantenga un criterio ejemplar en cuanto a su conservación. Dicho sea también al margen del vandalismo de un indeseable grupúsculo de gamberros.

Puestos a opinar, la querencia que tengo por los hechos históricos locales me lleva a concluir que este, y no otro, es el lugar más idóneo para situar el monumento a la Gesta del 25 de Julio. Sustituyendo el conjunto central del ángel y su auriga por dicha alegoría -no tan precisa pero asumible- salida de la mano del escultor Manuel Bethencourt. En cuanto al ángel, desprovisto de su puntillero, se podría reubicar junto a la desangelada charca de la plaza de España, como símbolo de una paz que nunca debió abandonar a este pueblo sujeto a tantas adversidades; pudiéndose combinar con los dos soldados del conjunto del monumento a los Caídos, desprovistos ahora de sus pedestales por la infausta reforma de Herzog y De Meurón, materializada sólo en su primera fase.

Pese a haber aludido al monumento a nuestra Gesta, con la nostalgia del nonato proyecto conmemorativo de Borges Salas -que no sólo ganó el concurso, sino que se ofreció a trabajar gratis en él- no dejo de argumentar que un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Queda aquí mi modesta opinión y mi sugerencia para reutilizar elementos y lugares comunes más adecuados para su emplazamiento.

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