He oído una entrevista en Radio Nacional de España a Yalda Younes, una bailaora de flamenco que no conocía y que me ha dejado con la boca abierta. Es libanesa y la bailaora más prestigiosa en su país, según pude leer luego. Cuando tenía quince años aterrizó en el mundo del flamenco de la mano de una bailaora barcelonesa amiga de la familia que vivía en Beirut. De ella recibió las primeras clases. Hasta aquí podría ser una historia más o menos común en la carrera de una artista. Pero esta es diferente.

Cuando esta mujer, que era adolescente, conoció el flamenco, El Líbano estaba inmerso en plena guerra civil. Según cuenta, durante los quince años que duró el conflicto, la gente se vio obligada a vivir recluida en su casa o en lo que quedara de ella. Y allí discurrían interminables horas. Explica que son "pocos los crecidos durante la guerra que sepan montar en bici" porque no se podía salir; "en la calle había francotiradores". En medio de este horror, la profesora le propuso bailar flamenco. Siempre hay alguien que te ayuda a llegar, creo yo. Si no, me parece difícil un logro.

Yalda aprendió a bailar flamenco entre el sonido de explosiones de bombas y disparos. Y a zapatear sobre un suelo de baldosas o pisando piedras. Esto lo he sabido después de escucharla en la radio, en una noticia que publicó El País bajo el impactante título de "Taconeo flamenco al son de la guerra". Ahí se cuenta que "acostumbrada al cante que emanaba del radiocasete, quedó embriagada la primera vez que asistió en Jerez a clases de flamenco con un guitarrista" tocando allí mismo. Dice que "fue mágico". No puedo imaginar qué sensación le recorrería al golpear con los zapatos sobre la flexible firmeza de una tarima de madera. Y escuchar ese otro sonido seco, acompasado, delicado o entregado, según el caso.

Aunque su madre había pensado para ella en el ballet clásico, a Yalda le tiraba más el flamenco. En la radio lo explicó con cierta poesía, como se expresó a lo largo de toda la entrevista. "Sentía la llamada sin saber por qué; me sentía en mi casa". Y luego lo describe con hondura, desde mi punto de vista. "Poco a poco escuchaba flamenco. Hay cierta consolación en el dolor contenido en el flamenco y mucho amor, y eso me hacía bien". El baile "llenó años" de su vida adolescente en medio de una guerra y "encontró en la fuerza del flamenco la forma de luchar contra un ambiente hostil". El flamenco le dio sentido a su existencia, un mundo por descubrir.

Este verano estoy leyendo "El hombre en busca de sentido", de Viktor Frankl. Lo voy cogiendo a ratos. El relato de su aterradora experiencia en campos de concentración nazi, a los que sobrevivió, es estremecedor. Como superviviente, Frankl pone el acento en "el incalculable poder de la persona para desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar". Y dice algo que al leerlo me ha traído la historia de Yalda a la cabeza. La "unicidad y singularidad que diferencian a cada individuo y confieren sentido a su existencia se fundamentan en su trabajo creador y en su capacidad de amar".

Cuando la oí me pareció que en ella se reúnen la creatividad en su arte y el amor que siente por lo que hace. Y en ese mundo que descubrió ha tenido la fortuna de progresar. Pero lo que más me llamó la atención es que de ahí sacara precisamente el coraje para vivir. Lo escribo como lo expresó: "La vida sigue, la creación continúa".

@rociocelisr

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