En la isla, desperdigadas por todo el ámbito de su geografía, observamos con frecuencia una serie de costurones que son la traducción de una fila a veces interminable de piedras sobre piedras en zonas verdaderamente empinadas, que son las paredes que sirven para deslinde entre propiedades y como protección de algunos animales que pudieran andar sueltos por los alrededores.

Al contemplar estas paredes de años, cuya mayoría conservan su estructurara primigenia, solamente lo que asoma al ánimo de cualquiera es el asombro y la tenacidad que poseyeron las personas que contribuyeron con un esfuerzo inusitado a elaborar las paredes, una vez que fueron debidamente recortados de un risco o piedra, vamos a llamarla matriz.

Sirve de ejemplo el territorio que conforma la mayoría de la costa de Isora y San Andrés y parte de la del Pinar que comienza en Temijiraque y termina más allá de la punta saliente en el mar, anterior a La Restinga.

Antes que nada, sorprende cómo esas piedras, que son relativamente manejables para adecuarlas entre entre sí y que deben dejar un resquicio entre ellas para que circule el viento y no las tire, son perfectamente moldeables y tuvieron que hacerse con marrones y picos para, una vez que fueran condicionadas, se subieran al hombro, a pelo o en cestas a distancias considerables y de muy difícil acceso para terminar de confeccionar esa paredes, esa costuras que son símbolos del esfuerzo del hombre herreño, que se vio obligado, por mera supervivencia, a someter un territorio a un control y defensa de unas cosechas que muchas veces se veían comprometedoras por la escasez de lluvia.

Estos terrenos, estas fincas, hoy por la erosión a la que han estado sometidas durante años, permanecen yermas, exentas de cultivo y solo quedan como testigos mudos de esa vieja historia del esfuerzo del hombre por doblegar a la tierra y que en su día se dedicaron a la siembra de centeno, para elaborar gofio y pan así, como forraje para los animales y con algunas higueras protegidas aún más dentro del cercado por círculos o " gorones" para reforzar, sobre todo, el intento de ser violentadas por cabras, que correteaban de un lado para otro.

Todo este territorio que hemos mencionado producía ese centeno, que era además producto de trueque en momentos en que en la isla apenas circulaba dinero. Trabajar la tierra, arrancarle su producto y con él obtener otros que contribuyeran a mantener una alimentación adecuada.

El territorio valuto no es que se pretenda rescatar, pero el espectáculo de las paredes, esas costuras ingeniosas, sí deberían reforzarse y quedar como monumentos al esfuerzo del campesino herreño.