La conexión que existe entre la Orquesta Sinfónica de Tenerife y La Laguna es como una relación entre enamorados que sobrevive sin la amenaza de que el cariño y la fidelidad que se profesan puede agotarse con el paso del tiempo. La OST congregó anoche a unos diez mil espectadores en la plaza del Cristo de Aguere. El maestro Víctor Pablo Pérez diseñó un programa que combinó la solemnidad de Malcolm Arnold, la elegancia de Jean Sibelius, la belleza escurridiza de George Gershwin, el vanguardismo de José Padilla y el romanticismo tardío de Dmitri Shostákovich. Virtuosismo en estado puro. El repertorio osciló desde las sobrias y gélidas escenografías que transmiten los grandes clásicos cinematográficos y literarios de la antigua Unión Soviética a las estampas más juguetonas y otoñales que suele imprimir Woody Allen en sus películas. En el ecuador de ese exquisito balancín musical se situaron los componentes de la Orquesta Sinfónica de Tenerife. Si tuviéramos que tirar de un símil que se ajustara con el arranque marcial de la velada, eso que suele conectar el valor con la soldadesca, el más apropiado tendría que hacer referencia al hecho de que los músicos de la OST son capaces de sacar el brillo al virtuosismo. En resumen, algo parecido al sufrimiento de los poetas que persiguen en vida hallar una belleza absoluta.