Cuando Rajoy se mesa la barba, ante la chimenea, refleja en sus ojos las chispas de un fuego que anuncia la llegada del frío. Ha tenido un mal sueño. Se ha visto tendido inerte sobre una cama mientras los más cercanos se enjugaban las lágrimas con negros pañuelos de luto. El fantasma de las Navidades Futuras le ha mostrado, en toda su crudeza, los resultados de una convocatoria electoral en donde millones de defraudados y empobrecidos españoles han decidido pasarle factura.

Estremecido por la cadavérica imagen de sí mismo, ha decidido cambiar el destino de las cosas. El ser humano no es, para él, un inerte trozo de madera que flota al capricho de las corrientes en el kantiano río de la vida. Es un ser vivo, dotado de voluntad y músculo; un pez capaz de elegir su rumbo y cambiar la historia. Así que ha decidido convocar las elecciones para el día 20 de diciembre. España se llenará de luces navideñas y carteles electorales, de árboles de Navidad y de urnas.

Mientras escucha el crepitar del fuego sigue tejiendo la madeja de sus planes. Ha ordenado al ministro de Hacienda, Mr. Scrooge, que prepare el abono de la paga extra de los funcionarios y parte de los atrasos. Estas van a ser las primeras Navidades de la abundancia después de tantos años de recortes, tijeretazos y sacrificios. Barriguita llena, corazón contento, le salmodiaba su abuela cuando era pequeño. España votará mejor con la tripa y el bolsillo llenos.

Es la primera vez que un Gobierno tiene el valor de llamar a las urnas en tiempo de villancicos. Pero no tiene otro remedio. Necesita el máximo tiempo posible. La situación económica debe mejorar, porque toda su apuesta política consiste en que los ciudadanos valoren que todos los sacrificios que les ha exigido, que todo el dinero que les ha esquilmado, han servido para sacar al país de la ruina.

Ponerse a bien con los funcionarios pacífica su relación con tres millones de votantes directos más sus familias y su entorno. Es un sector estratégico. El aumento del consumo en las Navidades hará sonar las campanillas en el comercio tradicional. Papá Noel, ese gordito bonachón con una barba como la suya, dispara la euforia de las compras, y aunque las Navidades sean un espejismo, un decorado económico de cartón piedra que encubre la realidad cotidiana del resto del año, él es consciente de que la gente funciona por estímulos muy primitivos.

El Fantasma de las Navidades Pasadas le recordó que unas elecciones se pueden perder en dos días. Como le pasó a él la primera vez. Aquel salvaje atentado y la torpeza mediática del gobierno de Aznar le puso plomo en las alas. En las llamas de la chimenea casi puede ver las diabólicas cejas del sonriente Zapatero, a quien le cayó en las manos un gobierno que no se esperaba.

La única forma de cambiar el destino -esa imagen de sí mismo exánime y pálido sobre un lecho de derrota- es la osadía. Diciembre es su apuesta. Poner el símbolo de la gaviota sobrevolando el portal de Belén y llevarse al huerto a los pastores, a los pajes, a los reyes (magos) y si es posible al buey y a la mula, aunque ya no estén oficialmente en el elenco del nacimiento.

La saturación publicitaria de las fiestas navideñas va a minimizar el impacto de las campañas electorales. No hay mal que por bien no venga. Sonríe entre dientes pensando en los líderes mediáticos de Podemos, de Ciudadanos y del PSOE, haciéndose sitio mediático entre los mazapanes y los juguetes, entre el Almendro y el Gaitero. Pablo Iglesias tendrá que hacer de burbujita dorada de Freixenet. Albert Rivera habrá de considerar volverse a poner en bolas como un Ken naturista para reclamar un poco de atención. Y esta vez, aunque se cuelgue de un molino eólico, en vez de un héroe Sánchez va a parecer un teleñeco. Quien tiene la oportunidad de elegir el lugar de la batalla consigue la primera ventaja. Él ya ha elegido. Suspira. Lo único que le queda hacer es mantener España hasta las Navidades. A ver si los catalanes no le amargan el plan y el turrón.