"Por favor, no puedo más. En serio os lo pido. Si sois amigos míos en Facebook y vais a poner la foto del niño muerto en la playa, os ruego que lo hagáis de tal manera que no aparezca en mi muro. Excluidme de algún modo, si se puede. Os agradecería mucho que lo intentarais. Me esfuerzo mucho por no verla, pero aparece cada vez que hago scroll y, si me conocéis un poco, sabréis que no soy la persona adecuada para ver eso todo el rato. Por favor".

Ese texto fue escrito el viernes en Facebook por el escritor aragonés, Sergio del Molino. Versa sobre la insistencia con la que los usuarios de las redes sociales y la inmensa mayoría de los periódicos repitieron una de las fotografías, la más cruda, del niño muerto en un naufragio en las costas turcas. Hubo otras imágenes menos crudas o explícitas. Nosotros, en el periódico para el que trabajo, El País, optamos por la imagen en la que no aparece el cuerpo de niño en la arena, a la que hace alusión Sergio del Molino, sino por esa otra en la que el guardia que lo intentó salvar lo sostiene en brazos. Me solidarizo con esta opción (que fue la de la mayor parte de los periódicos anglosajones, que o no publicaron ninguna o publicaron esta más metafórica).

Es cierto que nuestro trabajo está acechado, por el peso veloz del tiempo y por el cinismo. Una historia es una historia, y mañana será otra historia. Esa velocidad se ha acrecentado con la presencia de las redes sociales, donde no sólo se practica periodismo. Ahora no viene al caso prolongar esa discusión, pero sí es momento de decir que algunas prácticas que son frecuentes en la red de las redes se han colado de lleno en la esencia de nuestro oficio.

Cuando empezó la discusión sobre si se daba una foto u otra Internet estaba dominado por la fotografía del niño en la orilla de la playa. ¿Por qué me pareció que no era la adecuada? Esta fotografía no es una instantánea: no fue obtenida en medio del fragor de un combate o en condiciones que la convirtieran en un documento único. Había otros documentos, tomados sin duda con pavor y tristeza, y eso permitía elegir. Muchos colegas eligieron el fotograma más explícito, y yo lo lamenté, como persona..., y como periodista.

Pues el periodista (como muchos) es también un ser rabiosamente humano, cuyas opiniones se compadecen con su propia manera de ver las cosas y de aplicar sobre esa visión la experiencia o la sensibilidad que haya adquirido en el oficio pero también en el oficio simple de vivir. Me sentí conmovido por la secuencia, naturalmente, y creí que ofrecerle a los lectores la más explícita podría dañar en primer lugar la intimidad del niño, pues la intimidad de un niño es eternamente inviolable; además, la metáfora (el guardia lleva al niño yacente; ese dolor que sentimos está ahí en toda su extremada dimensión) era lo que se representaba ahí, y no había información más explícita que esa narración fotográfica encerrada en una imagen.

No sentí que esos argumentos fueran suficientes entre mis colegas, cuando ya salieron los diarios y el debate se acrecentó. Hasta que leí ese texto de Sergio del Molino no sentí que tuviera palabras para explicar que la otra foto no daba más información sino que daba una información que hería diciendo lo mismo y hería innecesariamente. Me conmovió leer el billete breve de Sergio y por eso lo traigo aquí. Sergio (aragonés de 1979) es autor de un libro impresionante, "La hora violeta" (Mondadori, 2013), sobre la enfermedad y la muerte de su hijo pequeño. De ese libro escribió el poeta (y periodista) Javier Rodríguez Marcos: "Narración y reflexión en unas páginas atravesadas por la pena que, paradójicamente, transmiten una mezcla de congoja y paz". Qué más decirles.