Su ausencia es solo física, porque su nombre y, sobre todo, su espíritu aún revolotean por el local. Yaya está por todos lados. Es la energía diaria.

El supermercado El Parque, un establecimiento familiar que se hizo un hueco hace ya 27 años junto a la lagunera plaza del Cristo, se mantiene fiel a los principios que inspiraron a sus dos fundadores, José y Yaya, pero con el toque de modernidad necesario para sobrevivir que le han dado -y le siguen dando- ahora tres de sus hijos.

Fallecida hace solo dos años -su marido lo había hecho en 1999-, la de Yaya fue una ausencia difícil de sobrellevar. Pero, a la vez, sirvió de estímulo para que Luis, Zulay y Mari Carmen afrontaran el reto y siguieran luchando para sacar adelante un negocio situado junto a la Capilla de La Cruz de Juan Vera (1720), al lado del parque de la Constitución, en una vieja, pero restaurada, casa lagunera.

Ese fue el lugar elegido en 1988 por José y Yaya, unos emigrantes canarios retornados de Venezuela que hicieron del negocio de la alimentación una forma de vida. Primero en la Verdellada, más tarde en el Padre Anchieta y, finalmente, en el número 20 de Quintín Benito.

Del secreto del éxito del establecimiento, que lo tiene, habla con cierta prudencia -y mucha humildad- Luis, el especialista de la charcutería y un "flipado" de la gastronomía. "Nuestro lema es el cariño a los clientes. Ellos son nuestro patrimonio".

Y se nota. Casi se puede hablar de trato personalizado, que muchos agradecen. "La gente no puede ser un número", añade. Y lo explica así: "La competencia es brutal. No podemos competir ni en metros ni en parquin, así que nos tenemos que diferenciar de los demás para poder sobrevivir". Una filosofía que muchos conocen y que, por desgracia, pocos aplican.

Para ello, los propietarios no solo buscan el mejor producto -el supermercado tiene un gama de exclusividades al alcance de muy pocos comercios de su categoría-, sino también la mejor formación de sus empleados (cursos de corte de jamón, de vinos). "El cliente tiene que salir satisfecho. Y muchos nos dan las gracias al salir", comenta Luis con cierto pudor. Es decir, mucho trabajo y bien hecho, pero siempre "supervisado" por doña Yaya.