Si ponemos la mirada en Cataluña y la trasladamos hacia los aledaños del gobierno del PP, lo que se observa es un galimatías de pronunciamientos hacia un lado y hacia otro donde la divergencia de los argumentos es lo que manda, define y decide.

Los catalanes quieren rebobinar su historia y, apoyándose en ella, pretenden decidir qué hacer: si la paran, si la hacen retroceder o mirando hacia y por el camino del voto de las mayorías ir a la construcción nacional de su territorio como un Estado más dentro del espectro político de las naciones y de los Estados.

El Gobierno del PP no quiere oír nada sobre la cuestión catalana, ya que el único nacionalismo que es capaz de darle veracidad y legitimidad política es el suyo, el castellano, el español. Todo lo que se aparte de esos linderos es maligno, retrógrado y perjudicial. Castilla es ancha y capaz de acoger bajo las alas de su águila imperial a todos aquellos que consideran que los tiempos no se han movido, que permanecen impertérritos ante amenazas y sacudidas que no tienen por qué darse y, si se dieran, se condenarían con todo el peso de la ley.

El Gobierno del PP cree en las leyes y para ello las propone para intentar cortar las alas a aquellos que pretenden volar por encima de las circunstancias partidistas y que creen más en la democracia que en la sujeción de voluntades por medio de los reglamentos y leyes que se pretenden aprobar deprisa y corriendo.

Pero por encima de todo está la voluntad de los pueblos, porque si esto no hubiese sido así a lo largo de la historia se estaría en el inmovilismo total, donde los pueblos seguirían atados a los tiranos y a los poderes que detentan.

Y vemos cómo los imperios se han ido liquidando y precisamente lo han hecho desde dentro, por su flaqueza y falta de entendimiento con aquellos a los que sometía y decía proteger.

Vendrán las elecciones catalanas y pasará cualquier cosa dentro de lo posible, pero lo que no sucederá será la necesidad de recolocar Cataluña en un sitio diferente al que ahora tiene, bien dentro de un espacio asimétrico dentro del Estado español o desarrollará una fuerza centrífuga capaz de traspasar los Pirineos.

Los catalanes en este momento están marcando un punto de inflexión al menos en el espacio político de los nacionalismos, el cual no es de despreciar ni minusvalorar, sino todo lo contrario.

Los nacionalismos o se mueven, buscan su espacio y se organizan, dejando atrás memeces y boberías personales, o lo que les espera es un retroceso de años incapaz de recuperarse o al menos desaparecer y ser testigos mudos de una historia donde han dejado de ser protagonistas.