Da igual que pasen los años. El tiempo transcurre, pero la fe hacia el Santísimo Cristo de La Laguna no varía. Es más, para algunos se amplifica. Como el olor a naftalina que desprenden los trajes sacados para la ocasión.

Ayer, una hora después de que finalizara el descendimiento del Crucificado Moreno y comenzara el enternecedor besapié, una ceremonia que volvió a emocionar a quienes, año tras año, son fieles a esta cita y a los que acuden a ella por primera vez, la gente seguía haciendo cola para besar la imagen. Despacio, en silencio, con la música del coro como único acompañante. "Cristo de La Laguna, escucha nuestra oración", se cantaba.

Para visitar al Cristo no se puede ir con prisas. Hay que dejarlas en la puerta de su real Santuario. O en la plaza, entre ventorrillos. Y casi todos lo hacen.

El de ayer fue un día de estrenos, y no solo para los nuevos miembros de la Esclavitud del Cristo, algunos de los cuales no pudieron ocultar su nerviosismo en el momento de recibir la medalla de manos del obispo, Bernardo Álvarez.

José Airam Fariña, Juan Nicolás García, Guillermo González, Jacobo Luis, Santiago Juan López, Pablo Manuel Hernández, Agustín Mario Pérez, Francisco

Ruymán Ferrera y Alejandro Molina pasaron a formar parte ayer del amplio "ejército" de esclavos que tiene el Crucificado Moreno. Unos por fe, otros por tradición familiar, todos por el Cristo.

También fue una jornada especial para Jorge Melón, que celebraba su primer descendimiento como esclavo mayor. Toda una responsabilidad. Al igual que el alcalde, José Alberto Díaz. Ni siquiera quiso perderse el emotivo momento un agente de la Policía Local, que no dudó en hacerse un hueco entre la multitud para tener un buen primer plano. La fe no entiende de uniformes.

Ya por la tarde se celebró la tradicional procesión del Traslado desde el Real Santuario hasta la Catedral. Allí "descansará" y será venerado el Cristo hasta el lunes, cuando emprenderá el camino de regreso.