Rompesuelas murió ayer en Tordecillas y en los titulares de los medios de comunicación. Era el Toro de la Vega, perseguido por unos veinte tipos a caballo que le alancearon hasta la muerte. Como bien se sabe, en este país se tiran cabras de los campanarios, se le encienden antorchas en los cuernos a los astados o se le arrancan los cogotes a los gansos. Son tradiciones populares que ahora se enfrentan a la protesta de los activistas en pro de los derechos de los animales. El partido animalista está en contra del sufrimiento animal, lo que incluye las corridas de toros, que son consideradas fiesta nacional española.

Ayer, además de Rompesuelas, en este país murieron miles de vacas, cerdos, pollos, conejos, liebres, patos, merluzas, rodaballos y chernes, entre otros animales, sacrificados para llegar hasta los platos de todos los restaurantes del país. ¿Existe alguna diferencia entre las muertes de unos y de otros? Si. Unos sacrificios se producen en la aséptica y funcional intimidad de un matadero, fuera de los ojos de la sociedad. Y otros se realizan en el entorno de un festejo público. Así que más que el sufrimiento animal, lo que jeringa es el sufrimiento del humano que lo ve. El espectáculo.

Lo que los animalistas están atacando, entonces, es la amplificación social del sacrificio. El hecho de que la muerte del animal sea parte de una diversión que la gente acude a ver. Es como condenar la pena de muerte pero sólo si es televisada o realizada en la plaza del pueblo.

El ser humano mata a otros animales para alimentarse de ellos. Es un depredador. Lo que le diferencia de otros carnívoros es, como decía Byron, que usa pañuelo. Los leones no organizan una corrida con banderillas y picadores antes de comerse una gacela. Eso es el fruto del intelecto del hombre que organiza ceremonias y sacrificios que están en el origen de la mayoría de las religiones ancestrales.

Nuestra sociedad ha evolucionado y tal vez sea su sino que se vaya desprendiendo de esos residuos de la historia. Al fin y al cabo los descendientes de los sacerdotes de Yahvé ya no sacrifican un cordero o un buey en la misa de los domingos. Las cosas cambian. Pero existe una insoportable vacuidad burguesa en el argumentario de unos animalistas que se movilizan ante el sufrimiento animal en una actualidad marcada todavía por el sufrimiento humano.

Rompesuelos, el Toro de la Vega, se hizo ayer tan famoso como Islero, el bicho que mató a Manolete. Su nombre salió en las cadenas de televisión y saltó a las páginas de los periódicos.

Le robó protagonismo al anónimo barbudo que se quedó flotando en las aguas del Mediterráneo a unos cientos de metros de las costas de Lampedusa. Nadie lo alanceó ni le puso banderillas. Su nombre, como el de decenas de miles de los suyos, jamás ocupará el mismo espacio en los medios que el de un toro. Fue una muerte aséptica y anónima.