Acabo de recibir vía móvil, cuando me siento ante mi ordenador, las primeras fotografías del benjamín de la familia y su aspecto risueño al entrar por la puerta escolar del cambio radical de su vida, porque el tiempo -incorruptible juez que dicta su sentencia- es constante e inevitable para todos. A diferencia de su hermano primogénito, que ya milita en Primaria y no quiere entrar con los pequeños porque se siente mayor con sólo seis años, éste acude por primera vez al tajo escolar con su binomio (pipí y caca) resuelto. De lo que acontecerá los próximos días, lo sabré por el número de mensajes a sus padres de la tutora encargada de lidiar con él y toda la tropilla. Una dedicación para la que hay que tener vocación y ser émulos de Job, dado el cambio radical que experimentarán unos niños que, hasta ahora, sólo han conjugado el verbo del juego. Y es ese y no otro el pilar inicial de su formación, que no educación, porque ésta se mama en el núcleo familiar de la mano de sus ascendientes. Resuelto, pues, el binomio aludido con el aditamento del juego, supone el mejor método de enseñanza para los neófitos. Una fórmula a la que se le irá añadiendo el especiado de unas pautas de disciplina para interrelacionarlos con el tiempo que les ha tocado disfrutar o padecer.

Imagino que el lector estará pensando qué hago yo hablando del debut escolar de mis nietos. Pues es muy fácil, basta solo con asociarlo a los comienzos paralelos del curso político, en el que muchos de sus alumnos son bisoños en ese singular oficio donde se promete y se miente a propósito. De esta forma, apoyados por los alumnos repetidores, que conocen todas las triquiñuelas para la permanencia, los recién iniciados se limitarán a obedecer, para bien o para mal, las órdenes emanadas de la superioridad -el partido, en este caso-, compuesto por una serie de presuntos docentes que predicarán sus doctrinas en los meses posteriores al inicio del curso, para que lleguen aleccionados a la primera evaluación trimestral. Fecha en que ¡oh casualidad! recibirán la calificación de aptos o no para ejercer sus funciones. Algo que parecerá fácil encomienda, ajena a la imprevista negatividad que puede surgir por una rivalidad mal entendida, originada en horario lectivo o en tiempo de recreo. Un antagonismo surgido por incompatibilidad de caracteres, que perjudica la marcha colectiva del aula en que están integrados, porque añade hierro y establece una frontera de incomprensión en lo que debiera ser un grupo heterogéneo, pero disciplinado y responsable a la vez, capaz de consenso por el bien colectivo. Lo contrario supone caer en el ridículo ante la ciudadanía que los ha matriculado para ser alumnos modélicos, en vez de tronados montaraces carentes de individualismo para trocar coherencia por dislate partidista.

Ante este cruce de disparos con pólvora ajena, la única solución está en humedecerla con argumentos que les recuerden que no están donde están por azar, sino porque la mayoría de los votantes los ha puesto para que administren con equidad y sabiduría -si es que la tienen-, o con voluntariedad de servicio a la colectividad. Y si los más pequeños -volviendo al tiempo escolar iniciático- han aprendido a controlar sus vejigas y sus esfínteres para practicar la convivencia durante el curso y el resto de su ciclo vital, deberían servirles de ejemplo a muchos de estos iniciados o repetidores, que son incapaces de contener sus carencias y defectos de formación, porque sólo persiguen resguardar su propio egoísmo. Lástima que no hubiera otro sistema paralelo, donde el electorado tuviera la potestad de dejarlos sin recreo y sin comedor, porque está claro que las enseñanzas les han servido de bien poco.

Resulta comprensible que en la pirámide social existan diversos peldaños, conforme a los conocimientos adquiridos, aunque a veces fallen por errores de percepción electoral, al contemplar la deriva de muchos de los que disfrazan su ineptitud escondidos tras unas siglas para luego, más tarde, caracterizar el penoso papel de meritorios sin dotes para la interpretación de la voluntad popular que los ha elegido y que, humana al fin, ha errado de nuevo al votar por unos que han resultado ser otros, porque la política es capaz de hacer yacer el antagonismo en una misma cama. Una cama pagada por el pueblo, que ha resultado cascada a poco de usarla.

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