Es imposible entender el discurso de los políticos sin vincularlos a sus intereses personales. Pero más complicado es interpretar intenciones que no favorecen a su legítimo patrono: el pueblo soberano.

Pedro Sánchez acaba de dar un trallazo importante al más elemental concepto de inteligencia ciudadana. Diríamos que ha reencarnado a su patético antecesor y se ha "zapaterizado" con una iluminación de las que prodigaba el ínclito susodicho. No tiene sentido, a no ser en clave electoralista.

Cierto que Rajoy no es el paradigma de presidente que necesita España en el momento actual. Quizá pasará a la historia como el segundo más nefasto de esta precaria democracia; justo detrás de su antecesor en el cargo. Pero de ahí a proponer que el presidente de la nación dialogue de igual a igual con Artur Más para solucionar el problema catalán, rebasa cualquier indicio de prudencia y conocimiento de la realidad. No se debe contaminar a la muy vulnerable opinión pública con declaraciones sesgadas y tendenciosas para escarbar en posibles yacimientos de votos.

Es temerario proponer diálogo en igualdad de un presidente legítimamente instituido -malillo, cierto es- con un elemento tóxico, presunto delincuente que debiera estar en la cárcel con Blesa, Rato, Bárcenas... pues un estado de derecho no puede verse vulnerado impunemente por facinerosos, ni mucho menos que uno de ellos nos aboque a la sedición, a la suspensión de su autonomía y a un posible y terrible estado de sitio.

Pedro Sánchez debiera racionalizar la que se nos viene encima y priorizar los intereses de España sobre su electoralismo de pacotilla. Me sugiere una simbiosis de Zapatero y Piqué. Dos ejemplos reducidos al absurdo por su incontinencia conductual.

Pedro Sánchez no puede hacerse cómplice de la fechoría perpetrada contra el pueblo catalán por un personaje nocivo que, de seguir así, va a destrozar un pueblo que lleva siglos luchando por una identidad que se le resiste, a pesar de la manipulación tergiversada de la Historia.

Un individuo fracasado sin paliativos en su gestión política, donde las áreas de gobierno transferidas a su responsabilidad están sumidas en la miseria, que ha despilfarrado grandes fortunas de dinero público -fondos españoles- en promocionar sus ínfulas independentistas y fundar embajadas ilegales en el extranjero. ¿Sería este el caudillo de una nueva nación creada artificialmente, sin un business plan que planificara un futuro con alguna esperanza de éxito imposible? ¿Cómo se diseñarían las nuevas instituciones y en qué manos se depositaría la confianza mínima exigible? ¿Acaso rescataría a la familia Pujol para los puestos de responsabilidad? ¿Cómo estructuraría las columnas vertebrales de un estado de derecho separado de Europa?

Pobres gentes que se dejan engatusar por este predicador de pacotilla con vocación de feriante en un mercadillo de poca monta. Qué sencillo es manejar los sentimientos y emociones que radican en la buena fe del receptor de un mensaje que debiera basarse en el uso de razón y en el sentido común. No en la visceralidad patógena inoculada como doctrina desde la cuna o en las escuelas donde formar personas, no vasallos sumisos e indefensos.

Señor Sánchez. No soy nadie para decirle cómo deben hacerse las cosas. Usted sabrá por dónde andan sus intereses personales o de partido. Comprendo que su obligación es contradecir por sistema el discurso de su oponente. Pero en este caso, pienso, debieran apiñarse en bloque para contrarrestar la posible debacle que se avecina para el querido pueblo catalán. Cualquier tontería que usted haga o diga, al estilo de su correligionario anterior, será balón de oxígeno para este perturbado independentista que tiene a su gente asomada a un precipicio sin barandilla.

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