"Vodafone Informa. Consumidos el 90% de MegaBites de tu Tarifa. Alcanzado el 100% navegarás a máxima velocidad por 2 Euros, IVA incluido, cada 200 MegaBites adicionales. Más información en m.vodafone.es/bonos".

Si recibes este mensaje en tu teléfono puedes creer fácilmente que se trata de un cordial aviso de Vodafone que te da la oportunidad de seguir navegando a "máxima velocidad" (un eufemismo con el que nos referimos a la velocidad de tortuga a la que va la red española) si pagas dos euros más al día. Pero te equivocas. No es así. No es que puedas pagar. Es que directamente te van a cobrar dos euros diarios a menos que te tomes la molestia de desactivar este servicio que viene activo "por defecto". Normalmente uno no atiende a este tipo de mensajes. Así que el incauto usuario sigue navegando tan tranquilo sin saber que está pagando un sobrecoste diario por mantener su "velocidad" de acceso a la red. El ambiguo tono del mensaje tampoco deja muy claro que te vayan a cobrar por algo que tú no has pedido.

En mi caso intenté dar de baja este "servicio" antes de que me empezaran a cobrar, tras ver a mi mujer enfurecida escribiendo una reclamación porque ya le habían cargado ocho euros extra en su factura. Entré en la página del usuario, Mi Vodafone, navegué por el menú y llegué a la pestaña donde está activado el servicio y que, oh sorpresa, no pude anular. Lo intenté una y otra vez y nada. La pestaña permanecía tercamente en verde. Entonces, naturalmente, llamé a la compañía. Y una amable operadora (no es sarcasmo, fue amable) me informó que se trataba de un servicio que Vodafone había activado unilateralmente y sin mi consentimiento expreso. Que si quería anularlo, ya me lo desactivaba ella. Le dije que Vodafone no puede actuar unilateralmente modificando las condiciones del contrato. Y entonces la operadora me aclaró que cuando firmé el contrato con la compañía acepté, en el artículo 17, que Vodafone pudiera modificar a su gusto las condiciones del servicio y la tarifa siempre que me avise con un mes de antelación por mensaje o email. O lo que es lo mismo, que firmé que Vodafone me lo pueda hacer sin vaselina. Lo comprobé en esos contratos que uno nunca se lee y efectivamente es así.

Para el caso que nos ocupa, aún con el abusivo artículo 17 de por medio, el cobro sigue siendo ilegal. Es materialmente imposible avisar con un mes de antelación de un sobrecoste que se produce dentro del mismo mes cuando se agota la cuota mensual de "megas" que tiene contratada el cliente. Es decir que Vodafone incumple su propio contrato, a pesar de serle escandalosamente favorable. Pero es que, además, ningún contrato justo establece que una de las partes puede modificar las condiciones unilateralmente y a su capricho. Es un abuso -otro más- de grandes compañías que solo están interesadas en engordar sus cuentas de explotación ordeñando más y más a sus clientes y exprimiéndoles con contratos leoninos similares a los que la banca hacía firmar a sus clientes con las "cláusulas suelo" de las hipotecas. Y eso a pesar de que los usuarios de telefonía españoles somos los que pagamos una de las tarifas más caras de Europa.

Domesticadas las asociaciones de defensa de los consumidores y con la gentil anuencia de las autoridades responsables de velar por un mercado decente, las grandes compañías pueden tirar sus redes para capturar un ingreso extra de dos euros diarios de cientos de miles de sus despistados usuarios. Son muchos millones que pueden facturarse gracias a una pequeña pestañita perdida en un menú. Los usuarios, bombardeados por trampas ilegales como los servicios "premium" (mensajes que te mandan empresas y que pagas tú sin saberlo) o trucos legales como el de la navegación "extra", tienen que mantenerse mirando cada mes sus facturas como gacelas abrevando en una charca infestada de cocodrilos.

"Oh capitán, mi capitán, nuestro terrible viaje ha terminado" escribió el poeta americano Walt Withman que como vivió en el siglo XIX nunca tuvo la desgracia de caer en las garras de las grandes compañías telefónicas. Nuestro viaje no termina nunca. Sólo podemos saltar de las brasas de una compañía para caer en la sartén de otra igual o peor.