Debemos reconocer que una de las "bondades" de las dictaduras es la que permite agudizar el ingenio de los "sojuzgados". El pueblo llano, sin duda alguna el que más sufre las arbitrariedades de los gobiernos en cuestión, soporta todo lo que le echen -qué remedio-, pero eso no impide inventar chistes y chascarrillos, frases ingeniosas o sátiras que pongan en entredicho la "gran labor" de quienes en ese momento ostentan la facultad de organizar -en su provecho- la vida de los demás.

Una de las ventajas que tuvimos los ya mayores respecto a la actual juventud es haber disfrutado de un semanario como La Codorniz, en cuyas páginas se "leían" las más acerbas críticas que se podían escribir contra el régimen. Mejor dicho, que no se podían escribir, porque había que buscarlas con la paciencia de un investigador en los textos pergeñados por Miguel Mihura -su fundador-, Gila, Mingote, Chumy Chúmez, El Perich, Máximo y tantos otros cuyo nombre ahora no recuerdo. Creo que el semanario establecía en su portada que era "la revista más audaz para el lector más inteligente", o algo parecido. Quién, de mi edad, no recuerda aquel "en España reina un fresco general procedente del norte", o aquel -que da título a este artículo- "cuando un bosque se quema algo suyo se quema, señor conde". Porque, en efecto, refiriéndose a este último, en la España de entonces los incendios forestales eran casi siempre las noticias del verano. Miles de hectáreas resultaban cada año pasto de las llamas, según se decía para crear, ante la devastación ocasionada por el fuego, nuevas zonas urbanizables que fomentaran el comienzo de la burbuja inmobiliaria.

Afortunadamente, los representantes del pueblo tuvieron la genial idea, en 2003, de dictar una Ley de Montes que establecía la obligatoriedad de que transcurriesen 30 años para urbanizar las áreas calcinadas, con lo cual se detuvo en gran parte la depredación de quienes tenían como norte de sus vidas la especulación, sin importarles un c... el medio ambiente, la deforestación, el efecto invernadero y, según ellos, todas esas zarandajas inventadas por las organizaciones ecologistas. Pero, bueno, a pesar de las protestas de los interesados en que el sistema no variara la medida dio resultados, hasta ahora.

Porque, sí, quién lo había de decir, los votos del PP acaban de aprobar en el Congreso de Diputados la nueva Ley de Montes, en la cual se establece que ya no será preciso esperar 30 años para urbanizar las áreas devastadas por el fuego, con lo cual los de La Codorniz la llamarían "Ley de protección de la piromanía". Leída, así de pronto, la noticia no deja de sorprender, pues viene a echar por tierra lo logrado durante muchos años, pero si se meditan los argumentos que establece el legislador para la aprobación de la ley estos llegan a convencernos. Se dice que podrá aplicarse por razones imperiosas, siempre que las zonas habilitadas para nuevo uso sean compensadas por otras de superficie equivalente -algo que a mí, particularmente, no me parece mal, pues estudios se habrán hecho al respecto-, pero luego viene la metedura de pata del legislador al establecer que serán las Comunidades Autónomas las que fijen los parámetros y disposiciones pertinentes para la aplicación de la Ley. O sea, que volvemos al amiguismo, a la manga que tengamos con el consejero de turno o a la presión mediática que convenza a los advenedizos de la bondad de la propuesta que se realice.

Gracias a Dios que nuestras playas no están limitadas por cocoteros y palmeras, pues si fuese así pronto las llamas acabarían con todos.