Cuando uno no está, no está, y además el propio cuerpo es el primero que ni te espera. No se produce el ensamblaje y eso puede convertir el día o parte de sus horas en una auténtica ruina. Mi abuelo esto mismo lo reflejaba de manera bien distinta, con el uso de palabras vulgares, gruesas y quizá ofensivas, motivo por el que ahora, debido a la edad media de mi audiencia potencial, las mantengo bien escondidas: me las ahorro.

Hay veces que el que escribe se sienta delante de una mesa que tiene posado un ordenador, con su torre, monitor, teclado y ratón resplandecientes, y lo que más odia es que la torre, el monitor, el teclado y el ratón miren de frente con chulería porque se han dado cuenta de que hay flaqueza, de que por una vez, una entre un millón, no hay ganas de nada, mucho menos de escribir y combinar caracteres.

Entonces, todos esos aparatos, muy envidiosos, parece que te las quieren cobrar ("Pero ¿por qué?", te preguntas) y tú imaginas que en ese momento están largándote al unísono y a grito limpio un mensaje que no sirve para hacer amigos: "¿Y ahora qué...? Anda, mira qué bien. ¡Pero si es que te has quedado sin ideas! No eres perfecto, ¡mamón! Toma y ¡jódete! ¿A ver cómo sales de esta? Ahora sí que nos partimos de la risa...".

Como no puede ser de otra manera, tal beligerancia inhumana ayuda bien poco a encontrar la senda que se camina desde la idea matriz y mucho menos a hilvanar el texto premio, con lo que, rebosante de rabia, penetras en la travesía inapropiada y así te ves entrando al trapo: "Pero ustedes qué coño se creen, malditas máquinas insensibles y chapuceras que solo critican cuando huelen la flojera. ¡Trastos, que son unos trastos! Tan trastos que son incapaces de disfrutar de una buena comida, de una armoniosa charla o de un vino sobresaliente, del hedonismo más puro y natural, el menos viciado. Ustedes sí que las pasan putas y, por si fuera poco, sin luz eléctrica siempre se les acaba todo ese rollito. No me estén jodiendo, que, cuando empiece esta otra historia, ya verán ustedes. Manda teides".

Primero con el paso de los minutos y luego con la cuenta atrás de los segundos (el final que se aproxima a toda pastilla), te das cuenta de que el depósito pide, activadas todas las alarmas, más combustible que haga caminar la máquina cerebro, y además ya no puedes ni debes seguir con tantas tonterías. Así que no queda otra que el empeño en conseguirlo, y mucho te animas en la tarea viendo cómo una mosca cagona pringa la mesa del profesor con más de cinco manchitas de caca que apenas huelen, y coronas el punto de partida, y es el momento de convencerte de que esos malditos trastos no se van a salir con la suya.

Estás que te sales, has podido salir del colapso, te has olvidado del amago de síncope, pasas de estar con más guerras y es en este ahora cuando salta una chispa que se llama título, y esa mínima llama produce un fuego creativo que se transmuta en historia, y con tal relato completas una columna, y es ese texto el que mañana [por hoy] verás en el periódico. Lo has conseguido. ¡Bravo!, ¡bravo!

Te felicitas con ánimo de revancha, y ello se convierte en el último hito que recuerdas de la aventura de un martes mañanero con visita de insecto de fácil evacuación, porque ahora sí que terminaste de colocar la última sílaba de la palabra definitiva, y la luz se va, y todo oscurece. No hay para más. Piensas que ha sido la venganza soñada.

@gromandelgadog