Paulino Rivero vuelve. Un grupo de empresarios tinerfeños, encabezados por dos de sus amigos y protegidos -Miguel Concepción y Amid Achí- avalan su candidatura a la presidencia del Tenerife, que anda el club en horas bastante bajas. Rivero ha dejado claro que sólo aceptará el ofrecimiento si cuenta con la mayoría para convertirse efectivamente en presidente, algo que de momento no está aún claro. Concepción y Achí y los otros seis empresarios que ellos dicen controlar son propietarios de alrededor del 38 por ciento de las acciones, un porcentaje ciertamente muy considerable, pero lejos aún de la mayoría.

Puedo entender la querencia de Rivero de volver a una presidencia. Debe ser bastante duro quedarse sin nada después de ocho años de tenerlo todo. Y él siempre estuvo en la trastienda de este Tenerife. Fue él quien montó la operación que llevó a Concepción -su empresario de cámara, uno de los más favorecidos durante el "paulinato" con contratos, licencias y concesiones- a la presidencia del Club. Ahora, Concepción se la devuelve.

Está en su derecho a hacerlo, un club de fútbol es una sociedad anónima. De un tipo especial, pero que -como todas- se rige por el criterio de que la gobiernan sus dueños. Lo que ocurre es que resulta un tanto chocante que alguien que fue colocado por Rivero en la presidencia del Club -con el apoyo del compañero de vacaciones del propio Rivero, Amid Achí, ya entonces uno de los mayores expertos y beneficiarios en operaciones de compraventa de activos del Gobierno regional- acabe devolviendo el favor a un político que aún huele a poltrona. Si esto no es una operación de "puertas giratorias", ya me dirán qué es. Porque la presidencia del Tenerife no es honorífica: supone para quien la desempeñe una serie de importantes canonjías y prerrogativas, además del manejo de un presupuesto suculento, en el que -a veces, y por mecanismos bastante difusos- tiene mucha importancia el apoyo público. El Gobierno no puede regalarle dinero a un Club directamente, pero basta con mirar la publicidad en los uniformes de los futbolistas para saber que esa norma se sortea desde empresas del Gobierno, sociedades de promoción turística y televisiones públicas. Miguel Concepción y el Tenerife recibieron durante ocho años el apoyo de un presidente -Rivero- que ahora busca el colchón del Tenerife para aterrizar bien blindado en la vida civil.

A mí eso me parece una vergüenza. No sé hasta qué punto puede existir incompatibilidad formal para el desempeño de esa función (otros miembros del Gobierno de Rivero, con nombres y apellidos, se han pasado ya las incompatibilidades legales por el arco de triunfo), pero creo que sí existe una clara incompatibilidad moral. Rivero debería esperar los dos años que establece la ley antes de desembarcar en el equipo de su amigo Concepción.

A los accionistas del Club les corresponde decidir si quieren empeñar su prestigio en esta operación cuyo único objetivo es buscarle a Rivero un echadero. Y si tienen dudas, que pregunten a los socios y aficionados... Seguro que ellos tienen claro si prefieren al frente del Tete a un hombre del deporte, como Pier Luigi -por ejemplo- o a un señor que se resiste a dejar de ser un mantenido.