A principios del año 1898, la cátedra de Química y Física de la Universidad de la Sorbona en París está vacante. Marie Curie había presentado su candidatura. Fue rechazada. El profesor que hasta entonces la había apoyado en el proceso le dice: "¿Qué quiere usted hacer contra un normalista y contra los prejuicios de los matemáticos?".

He vuelto a leer una de mis biografías preferidas sobre Marie Curie. Esta es la que escribió Françoise Giroud, una periodista y escritora francesa. La vida de la científica de origen polaco me atrae desde hace años y de ella me leo cuantas cosas llegan a mis manos. Es revelador comprobar cuántos aspectos de la vida de cualquiera quedan ocultos detrás de un título, o un subtítulo (hizo esto o hizo aquello). O detrás de un premio, como en el caso de Marie Curie. Cuántos detalles quedan tras la sombra de un acontecimiento que marcó la existencia de una persona pero que no refleja, ni por asomo, la complejidad y la riqueza de matices de una vida entera. Por eso, a poco que escarbas y tienes el privilegio de acercarte al crisol de colores que todos somos, se pueden descubrir aspectos fabulosos, o no, que ayudan a comprender.

La imagen triunfadora que nos llega de Marie Curie es la de los premios Nobel, uno en Física y otro en Química. El primero compartido con su marido, Pierre Curie, y Henri Becquerel por sus trabajos sobre la radiactividad. El segundo concedido solamente a ella. Fue la primera mujer en ser profesora en la Universidad de París. Sin embargo, esta síntesis es tan acertada como incompleta.

Desde pequeña destaca por su memoria, su poder de concentración y sus ganas de aprender. Estaba dotada para la ciencia. Pero de ahí a adentrarse (y mucho menos coronarse) en el mundo científico masculino de la época distaba un largo recorrido de sobreesfuerzo y de renuncias. Para estudiar no solo tenía que abandonar su país, también adaptarse a un idioma extranjero. Y, naturalmente, trabajar para mantenerse. Y lo hizo.

Su genio, su genialidad, se desata entre las paredes de un laboratorio -un cobertizo he leído también- sin ventilación, sin calefacción, con un frío terrible en invierno y convertido en un horno en verano. Tendrías que leer algunos episodios sobre los rigores a los que estuvo sometida. En su diario describe: "Pasé todo el día mezclando una masa hirviente con una pesada barra de hierro casi tan grande como yo. Estaba rota de fatiga al acabar el día". Y en esas condiciones descubre la misteriosa propiedad que llama "radiactividad".

Con todo y con esto, Marie tuvo que escuchar en la boca de aquel profesor: "¿Qué quiere usted hacer contra un normalista y contra los prejuicios de los matemáticos?". Si en aquel momento se da por vencida, probablemente su historia habría sido otra.

Tuvo apoyos: su marido, Pierre, y algunos familiares, entre otros, que ella destaca en su diario. Sola no habría podido dedicar ni el tiempo ni la constancia que el trabajo le exigía. Pero la historia, su historia personal no es completa sin los desanimadores. No digo el perfil de la persona detractora, el adversario que se opone descalificando. Ni al que se opone, con honestidad, argumentando. Me refiero más bien a ese tipo de gente que pulula alrededor tratando de desgastar las ganas, tratando de arañar el entusiasmo. Incluso sembrando la duda de, lo que sea, poder lograrlo.

"¿Qué quiere usted hacer...?", pregunta el desanimador con su velo derrotista. El texto no refleja qué respondió la científica. En el párrafo siguiente Marie vuelve a su trabajo con los cristales que excitan su imaginación. Quizás no hacía falta contestar, solo seguir confiando en la propia valía personal.

@rociocelisr

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