Cuando Iballa González empezó a trabajar en una finca del sur de Tenerife se dijo: "Esto podría hacerlo yo en mi finca". Y del propósito a la realidad hubo muy poco trecho. Puso en explotación dos terrenos familiares -en Geneto y en las proximidades de montaña Carbonero- y, aplicando los conocimientos adquiridos durante sus estudios universitarios en agroecología, ha logrado que hoy sus productos se vendan en distintos puntos de Santa Cruz y La Laguna. Hasta hace poco aceptaba todos los empleos temporales que le ofrecían, pero ahora reconoce que su actividad como productora la ha ido "enganchando" y que le cuesta mucho "salir de la finca".

Iballa González es una de los 1.240 operadores dedicados a la agricultura ecológica en Canarias. La cifra -que engloba a productores, elaboradores y comercializadores- es una prueba de la evolución experimentada por el sector, que ha pasado de 5.100 hectáreas cultivadas en 2009 a unas 7.000 en la actualidad. El progreso es obvio, pero también lo es que las Islas presentan un cierto atraso respecto al conjunto del país.

Así lo constata Miguel López, secretario insular de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos de Canarias (COAG-Canarias), quien matiza que si el Archipiélago se encuentra rezagado en este aspecto no es en calidad, sino en cantidad. Y ello, apunta, pese a que cuenta con las condiciones ideales para ser "de lo mejorcito" en la producción de cultivos orgánicos. La clave de la situación es la debilidad del mercado interno -un mercado "en construcción", lo define Iballa González-, incapaz aún de sostener un aumento notable de la actividad.

El potencial que acumula el Archipiélago para la agricultura ecológica descansa en varios factores, detalla Miguel López: la orografía, los diversos microclimas, las manejables dimensiones de las explotaciones y la gran "agrodiversidad". El techo del sector, desde el punto de vista cuantitativo, está también claro: la limitada superficie de la Comunidad Autónoma. Pese a esto último, el dirigente de COAG destaca el "auge" que, en términos de hectáreas, se ha producido en los últimos años, pero aclara que el punto de partida era más retrasado que en la mayoría de las regiones españolas.

Hay otros condicionantes que dificultan la labor de los cultivadores ecológicos de las Islas. La dificultad de conseguir semillas ecológicas o no tratadas es una de ellas, aunque en ocasiones puede sortearse mediante la flexibilidad de la normativa en este sentido, pues concede al agricultor en apuros solicitar una autorización de la Administración para usar simiente convencional.

Una vez conocido el diagnóstico, es hora de proponer las soluciones. "Hace falta colocar los productos en el mercado interior, ponerlos en valor cara al exterior, valiéndonos de las nuevas tecnologías y de las ventas on line, y vender al turismo con alto poder adquisitivo productos como los vinos, la miel y el queso. Ahí hay un gran campo de trabajo que está por hacer", expone López, quien advierte de que en este terreno "no existen las panaceas ni las varitas mágicas".

Un corto paseo por las calles de cualquier ciudad lleva a una intuición inmediata: lo ecológico está de moda. Fruterías y todo tipo de comercios basados en lo orgánico parecen florecer casi en cada esquina. "Cada vez hay más conciencia sobre la necesidad de una alimentación saludable", afirma José Díaz-Flores, director del Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria (ICCA), organismo del que proceden los datos sobre estas prácticas y que desarrolla una de las acciones que, según la COAG, pueden contribuir a una mayor expansión de la ecoagricultura: la introducción de los productos orgánicos en centros públicos y, en concreto, en los colegios. El objetivo que se ha marcado su departamento es que entre el 20 % y el 30 % de los comedores escolares, hospitales y centros de mayores dispongan de alimentación ecológica.

Esta medida se enmarca en la labor "pedagógica y de conciencia social" que, a juicio de Miguel López, han de realizar las organizaciones agrarias "de la mano de la Administración" y que también debe dirigirse a los propios responsables políticos.

De la misma opinión es la joven agricultora Iballa González, convencida de la necesidad de "dignificar" no solo la agroecología, sino el mundo agrario en general, objeto, desde su punto de vista, de una cierta "desvalorización". "Hay una falta de políticas que promuevan el sector. Es necesario reeducar a la sociedad y al consumidor sobre los beneficios de los productos ecológicos y locales, no solo para la salud, sino para el desarrollo medioambiental", apunta. El fomento de los circuitos cortos de comercialización y la eliminación de la figura del gran intermediario -no del pequeño, apostilla- son algunas de las actuaciones que podrían ayudar a alcanzar este objetivo y a la renovación generacional, de la que ella misma es un ejemplo.

Cuando se le pregunta por los beneficios de su actividad, González lo tiene claro. Entre las relacionadas con el entorno, menciona su contribución a aumentar la biodiversidad y que respeta el suelo y evita la contaminación de los acuíferos. Cita también la coordinación -formando una especie de "red"- con otros productores del sector, con los que se comparte información, compras y puntos de venta. Desde una perspectiva personal, se muestra satisfecha de haber conseguido ser su propia jefa.

Que los productos ecológicos estén de moda no quiere decir que sean solo una moda. De ello está segura la agricultora lagunera, que ve imparable la creciente consciencia de que "todo pasa por lo que comemos". Alrededor de esta preocupación surgen cada vez más grupos de consumo que vinculan a productores y consumidores en ámbitos locales. "Se trata de que todos salgamos ganando", explica.

A los beneficios que -según Administración y cultivadores- comporta la agricultura ecológica se contrapone un inconveniente que puede suponer para los compradores: los precios, generalmente más altos. Sin embargo, no siempre es así, puntualiza Miguel López, de COAG. "Algunos, sobre todo frutas y hortalizas de temporada, tienen precios razonables y asequibles, muy parecidos a los de la producción convencional".

Iballa González recuerda que la situación se ha ido equilibrando con el tiempo y aporta más argumentos. Al no usar plaguicidas o herbicidas químicas, el proceso es más lento y costoso. Las malas hierbas se arrancan manualmente o se previenen con un acolchado de paja. Los precios, además, son más constantes durante el año. Y una última razón: "¿Por qué tengo que vender un brécol que lleva en el terreno tres meses y ha costado trabajo y agua a 30 céntimos?". Tal vez se trate, como dice Miguel López, de "revertir la escala de valores" y poner de nuevo a la alimentación, y con ella a la salud, como prioridad en los gastos familiares.

El nuevo reglamento, una amenaza conjurada

El sector agrícola y ganadero que emplea métodos ecológicos ha vivido unos meses de incertidumbre por el proceso de elaboración de un nuevo reglamento europeo, que inicialmente preveía la prohibición de las explotaciones mixtas -en las que conviven lo ecológico y lo convencional-, que en España representan alrededor del 40% del total. La amenaza parece disiparse debido a que las negociaciones para rebajar las exigencias del texto han dado sus frutos, reconoce Víctor Gonzálvez, director técnico de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE). "El impacto será mucho menor", celebra. No obstante, el director del Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria (ICCA), José Díaz-Flores, explica que las características de la producción en las Islas, con explotaciones pequeñas, aseguraban un efecto mucho menor de la normativa, incluso si se aprobase en los términos iniciales. En cambio, la afección podría ser superior en el caso de la ganadería.