La época no es propicia para el libro, pero tampoco para el alegato. Este es el rey de la feria de la confusión. Todos hablamos, pero dentro de una coraza de viceanalfabetismo galopante. De cualquier cosa no solo opinan "los opinadores", sino cualquiera... Se habla de la misma forma y decimos las mismas frases, calco unas de otras y con idénticas palabras envueltas en las muletillas de siempre que adornan un lenguaje cortado por la misma tijera.

Se llega a pensar que es una batalla perdida el intento de estimular la lectura, puesto que lo que se encuentra es la indiferencia universal del que te mira de arriba a abajo considerando que se dicen memeces y tonterías.

¿Sirve de algo la lectura? Se nos espeta en la cara que es una perdida de tiempo.

Lo importante es el negocio y la búsqueda de la evasión por otros medios. De ahí, los sofisticados móviles y las maquinarias confeccionadas para atrapar a cualquiera en una red plena de estupidez. Pensar en la lectura y ejercitar su hábito es una cuestión de trasnochados, de académicos rancios, de ateneístas caducos imbuidos de impertinencias donde sobresale el empalago y el engolamiento.

La voz de la letra continua, como hasta ahora, apagada, donde solo sobresale el relumbrón de algún nobel que también se tambalea en un discurso que hay que sospechar, dicen, que es puro plagio.

Mientras exista el mutis por el foro se estará en un mundo sórdido pleno de silencios, donde lo único capaz de crear la arquitectura de la personalidad serán los artificios, la inteligencia emocional y la conducción skinneriana que nos lleva camino de la programación imperceptible hacia donde pretendan los poderes circulantes.

Si desechamos el libro, lo que se conseguirá será un espécimen amorfo, incapaz de adentrarse en los vericuetos del pensamiento y de la razón.

Sin la lectura iremos camino de la prehistoria, y poco apoco nos alejaremos de la intelectualidad, y de la verdadera condición humana, ya que, y recordando a Aristóteles, el hombre es un animal que tiene logos.

Taponar el logos por medio del silencio de la lectura es, poco más o menos, que un crimen lascerante y progresivo al que se está sometiendo a la humanidad.

¿Leer, para qué? Si los medios y, sobre todo, los televisivos nos informan de todo, nos dicen lo que está bien o mal, por dónde se tiene que conducir el mundo y las pocas ideas que les queda en el cerebro del que aún piensa.

El libro languidece, sus páginas amarilleadas se deshojan como las flores muertas o las flores del mal, donde sus renglones caen torcidos por la fuerza del negocio y de la bazofia.

Sin la lectura el hombre se pierde, y lo peor, que lo hace dentro de sí mismo.