Cuando baja la marea cambia el paisaje de la costa, aparecen los riscos plagados de erizos sobre los que corretean los cangrejos. Y se ven las lapas. Lo mismo ocurre con la bajamar política. Debe ser por esto del plenilunio, pero a algunos les está afectando las meninges una extraña fuerza planetaria que está haciendo retroceder las neuronas para que afloren las rompientes de una penosa mediocridad.

He escuchado decir una necedad tal como que las carreteras de la isla de Tenerife son del Gobierno de Canarias. Los hay, pues, que aún no se han enterado de que el piche es de quien lo paga con sus impuestos. O lo que es lo mismo, que las carreteras son de la gente, de los ciudadanos, y no de un organismo trashumante creado para administrar nuestros intereses, aunque sea eso a veces lo último de lo que se ocupa.

Todo viene a cuento del viaje que hizo a Madrid Carlos Alonso, el presidente del Cabildo de Tenerife. Fue a pedir dinero para carreteras y se llevó con él a una consejera del PP para que le echara una mano con sus "colegas" del ministerio de Fomento. Esto último ocasionó un ataque de cuernos en la Consejería de Obras Públicas canaria, en la mitad de los socialistas y en algún compañero de partido de Alonso.

Creo que a la gran mayoría de los ciudadanos de la isla se la refanfinfla que el presidente del Cabildo vaya a Madrid con una consejera del PP o con los Cuatro Fantásticos, si es que trae dinero para carreteras. De hecho, durante los pasados cuatro años el presidente del Cabildo de Gran Canaria y el alcalde de Las Palmas, ambos del PP, entraban por los ministerios madrileños como Pepe Benavente por una verbena. Nadie de Las Palmas dijo ni mu. Ahora rechinan los dientes porque el asunto es que puedan venir inversiones para esta isla, para solucionar las colas de la autopista del Norte o para terminar el maldito anillo insular de los Nibelungos.

Esto no es un ataquito de cuernos político ni un problema de celos de competencia. Esto es puro interés. En Gran Canaria están haciendo toda la presión del mundo y alguna más para conseguir la nueva -y necesaria- carretera de La Aldea, entre otras inversiones, así que es normal que se pongan las pilas y activen sus resortes en el Gobierno canario para que el Cabildo tinerfeño no se las meta doblada.

El naufragio de la financiación estatal nos ha convertido en famélicos supervivientes que se pelean por las raspas de una sardina. Mientras en el continente se tienden redes de alta velocidad, se hacen "corredores" de comunicación con nuevas autovías e inversiones en infraestructuras por miles de millones de euros, los canarios nos arrastramos sobre cuatro ruedas pagando impuestos del cien por ciento del precio del litro de la gasolina. Que algunos se cabreen porque un presidente de Cabildo vaya a Madrid a luchar por sus ciudadanos lo único que demuestra es una envidiosa estupidez muy poco práctica para el común de los sufridos isleños, que lo que quieren son soluciones.