Esto ya no es lo que era. Hay que decirlo claramente. Quienes pertenecimos a la generación olvidada de "los mil", afortunadamente deshilachada por el paso del tiempo y la sensatez, lo sabemos mejor que nadie. Esta ciudad se está transformando ante nuestros propios ojos, sacudiéndose la modorra y abriendo los ojos de cristal de sus farolas.

Hace algunos años no había más de mil personas que salieran los viernes por la noche. Igual exagero y eran mil doscientas. En fin, pocas. Tú salías a cenar y a tomarte una copa y siempre terminabas viendo las mismas caras que ya habías visto el viernes o el sábado anterior y el anterior y el anterior... La noche de la ciudad era como una noche de la marmota, que se repetía eternamente. La gente se quedaba en sus casas y en las madrugadas se podían escuchar los pasos de la gente resonando por la calle.

Algunos transformaron aquel eslogan electoral de tanto éxito, Santa Cruz para vivir, en otro un poco más siniestro: Santa Cruz está muerta. Decían que una capital que a las doce de la noche parecía un cementerio estaba definitivamente difunta. Añoraban aquellos años en que la avenida de Anaga era un hervidero de coches y de gente y toda la ciudad estaba plagada de garitos que cerraban a las tantas de la mañana.

Como no podía ser menos, en los tiempos de las redes sociales, el feisbú y el guasap y todo eso, a la gente la están empujando ahora para que vuelvan a la costumbre de pisar las calles y hacer un poquito de consumo. Esto ya no es como antes. En el Jurásico el ayuntamiento era el adversario. El que medía con sonómetros el ruido que hacían los locales, el que mandaba a los guindillas a pedir la licencia y a ejecutar la hora de cierre, el que hacía pruebas de alcoholemia detrás de cualquier esquina... Ahora el Ayuntamiento es el que arrea a las vacas para que salgan de sus casas y vayan a pastar al nocturno de Santa Cruz la nuit.

Ya no saben qué inventarse para echar la gente a consumir. Conciertos en la calle, museos abiertos hasta altas horas o terrazas con pinchadiscos, todo es poco para estimular al hosco y huraño chicharrero para que se quite las telarañas del bolsillo. Y para hacer imposible que uno se quede en su casa, las noches de Plenilunio se convierten en un impresionante jaleo que demuestra que los muertos de este cementerio están saliendo de las tumbas, así sea para echarse una tapa de boquerones de madrugada. Muy coherente.

Esas noches de plenilunio me sale el lobo que lleva todo hombre en su interior. Mientras resuena el vocerío de la gente en la calle me dan ganas de bajar y gritarles que son unos cantamañanas. Que cuando yo me divertía la liaron para cerrarlo todo porque no les dejaba dormir y ahora son ellos los que la lían para no dejarme dormir a mí. Pero luego lo pienso mejor y me callo. Ahora la juerga ya es un tema oficial y no conviene ponerse en contra ni de la moda ni de la ley.