De la creación literaria lo que más me gusta es el hecho certero de que puedo ir a mi bola. Puedo pasar de todo y elegir aquella novela porque sí, o bien aquel poemario porque quiero saber qué tal me sienta o qué sonoridad lleva entre sus hojas que caminan hacia el viejo marrón. Todo lo hago sin necesidad de plantear excusas o de pedir disculpas a alguien: autor, editor, librero, compañero, vecino de tertulia, café o caña. Además, puedo dejar una aburrida historia a la mitad porque me da la real gana, y entonces es que no me convence ni me está mereciendo la pena; o puedo señalar cualquier propuesta como brillante, inaudita, falsa, frustrada, innecesaria, insignificante, inexplicable... Hago lo que considere oportuno desde una subjetividad propia, honrada y meditada, que es el proceso asimilado con el paso del tiempo junto a la misma lectura y al aprendizaje que siempre da la vida construida a partir del compromiso insustituible, eterno en lo personal.

Con la literatura tengo la sensación (y lo mejor es que eso mismo lo suelo llevar a la práctica) de que la libertad existe y, al menos en ese tiempo, en ese espacio y en ese plan de descodificación dentro de la coyuntura elegida, aquella virtud se manifiesta de forma plena, sin aristas; por lo tanto, siempre enriquece, satisface y produce el placer que tantas otras cosas niegan.

Todo esto, y no es poco, es lo sano que absorbo gracias a la literatura, y ejemplos de ello varios he tenido en las últimas semanas (o quizá sea mejor hablar de escasos meses) por bien de las experiencias sentidas con la lectura de los poemarios más recientes de Luis Aguilera y Sonia Betancort, en este último caso, "La sonrisa de Audrey Hepburn"; con la novela de arquitectura compleja, notable ejecución y cuidado extremo de Claudio Colina Pontes, su última cosecha en las librerías, "Escaleno", e incluso hasta con la historia basada en hechos reales que se narra en "El caso de la pensión Padrón", pese a sus fallos y errores de bulto, sobre todo en la edición, que la convierten en un producto cercano a la vulgaridad de lo prescindible.

Casi todo me vale o me sirve de algo si se aborda con el criterio pisado a fondo. Prueba de ello es la secuencia de autores y títulos que aquí acabo de sentenciar, un listado que se ha edificado con pilares elevados por creadores nacidos o vinculados a esta tierra.

La literatura, se puede decir sin miedo a uno quedar mal o muy mal, todo lo hace posible, también el divertimento y la alegría de alcanzar el clímax gracias a la creación de los más cercanos, de gente muy empeñada, tanto como los máximos exponentes en la clasificación de ventas, en divertirse y en divertir, en superarse con la inmensa tarea de hacer ficción, de llegar al público lector y de aportar cosas que solo quedarán guardadas en los cajones permeables del aprendizaje, con esos nombres y apellidos, con esos títulos, y sobre todo con lo llamativo y placentero de la experiencia del acercamiento a la prosa o al verso, siempre con ojos que leen, pestañas que sonríen y se parten de la risa, y labios que lloran sin complejos.

La literatura es la verdadera libertad: mi alimento... Mi plato preferido.

@gromandelgadog