Para los que practican la caza, esta palabra es sinónimo -cuando se abre- de libertad para disparar a diestro y siniestro contra todo lo que se mueva, aunque dentro de un orden y unos límites que vienen condicionados por la limitación de nuestro territorio insular, cada día más poblado y con dificultad para delimitar los espacios urbanos de los rurales o paisajísticos. Pero, en hablando de veda, la mayoría simple de los comicios catalanes que ha votado por el independentismo nos va a retornar a los antiguos reinos de taifas, porque al rebufo de estos resultados ya ha surgido la voz discrepante del "lehendakari" vasco reclamando igual derecho a convocar otro plebiscito, y de seguir así, en un futuro tendremos que acogernos a los versos de Antonio Machado para asimilar cuál de las muchas Españas (ahora son más de dos) nos va a helar el corazón.

Al margen de esta política de división y debilitamiento consecuente de un país, por nuestros lares subsiste ese pleito hibernado o activo que de la mano de los intereses económicos y políticos azota periódicamente la frágil unidad de unas islas con personalidad y ambiciones singulares, que difícilmente pueden conformarse sin establecer constantes agravios comparativos. Y es esa recurrente discrepancia el mejor antídoto contra nuestra unión de intereses comunes. Desavenencia que ha puesto en pie de guerra a los responsables de los dos puertos capitalinos, en donde el grancanario acusa al tinerfeño de competencia desleal por la aplicación de bonificaciones fiscales en materia de reparaciones navales. Una prebenda que ellos no aplican pero que han disfrutado desde hace décadas nuestros vecinos de enfrente en su ASTICAN, con el acaparamiento de los contratos de reparaciones; mientras que aquí languidecía NUVASA al compás de la marcha de las flotas pesqueras con base en nuestro puerto. Condiscípulos míos, vinculados a la Escuela de Náutica y Máquinas, participaron como técnicos en sus comienzos, si bien presentían de forma personal que en un futuro, más o menos próximo, aquello desaparecería por el aislamiento insular y el coste aéreo que suponía traer una pieza de un motor para sustituirlo por el averiado. Después de un lapso de tiempo de altibajos, se volvió a intentar reflotar con nueva plantilla, en la que se incluyó un familiar mío experto en contabilidad y con larga experiencia como exdirector de una entidad bancaria; pero tampoco dio el resultado apetecido, precipitándose su cierre definitivo y teniendo como último inquilino al veterano correíllo "La Palma" y su inacabada restauración. Hasta aquí la trayectoria de nuestro efímero astillero, que impulsó al único instaurado en la isla redonda.

No deja de ser curiosa la dificultad para rentabilizar cualquier empresa que se origina en nuestro ámbito occidental. Valga el recuerdo en la década de los setenta del pasado siglo del proyecto fallido de instalación de un gigantesco astillero para buques de hasta 500.000 toneladas, en las cercanías de El Médano, por la empresa inglesa Apledore, con un importe inicial de 6.048 millones de pesetas. El proyecto, expuesto en su día a la Autoridad Portuaria de entonces, compuesta por Cándido García-Sanjuán y el ingeniero Miguel Pintor, fue acogido con especial interés, aunque se tuvo en cuenta -por cuestiones éticas hoy ausentes- la proximidad del proyectado en Gran Canaria, que sólo lo era, en principio, para buques de 18.000 toneladas, y también la posibilidad de contaminación marina. El caso fue que incluso se contó con la aprobación del Ministerio de Obras Públicas, pero lo que ignoramos es de dónde surgió la discrepancia -aunque lo imaginamos- para el inicio de esta obra, que garantizaba en principio trabajo para 3.000 obreros. De haberlo conseguido es muy probable que hoy fuera una industria vital para el desarrollo insular, carente de alternativas.

Recordado este fallido proyecto -porque somos tal vez auténticos gafes o demasiado pasivos- entiendo que no hay que cejar en el resurgimiento de las reparaciones navales aplicando las bonificaciones permitidas por el Estado, y salvaguardándose de las manipulaciones de los acaparadores habituales de este patio de vecinos mal allegado, que sólo consigue, como acaba de suceder en Cataluña, provocar la desunión entre sus habitantes y la dispersión a la hora de ir a plantear requerimientos públicos.

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