Pocas veces, en la historia política de Canarias, un asunto tan aparentemente menor como una entrevista de un presidente de Cabildo con representantes del ministerio de Fomento (por cierto, que aún no he logrado saber con quién se reunió) ha desatado una tormenta de tal intensidad: parece que el viaje de Alonso ha avivado el alma isloteñista que enfrenta y divide a esta región. Políticos y medios grancanarios insisten a coro en que el presidente Alonso no debió ir a esa reunión, que ha usurpado competencias del Gobierno regional, y hasta el Cabildo de Gran Canaria ha aprovechado el viaje de Alonso y su impacto mediático para promover la creación de una Comisión de estudio sobre las desigualdades en el reparto del presupuesto nacional y regional. Parece que Alonso ha pisado unos cuantos callos, y no sólo en Gran Canaria. También su partido ha sido crítico con él, por boca de José Miguel Barragán, aunque el Gobierno ha mantenido una posición de neutralidad y Rosa Dávila ha intentado quitarle enjundia a un asunto que no debería tener ninguna.

La tradición de presidentes de Cabildo y alcaldes -de esta isla y de todas- de desplazarse a Madrid a pasillear por los ministerios es bien antigua. Sin recurrir a un pasado lejano y sus hitos caciquiles, aún en los primeros años posteriores a la Transición se mantenía la tradición de la botella de Chivas y la caja de puros palmeros para ablandar reticencias centralistas. Hoy el Chivas y los puros -habanos- se consiguen más baratos que aquí en los Vips de Madrid, y tanto las comunicaciones como el estilo de relacionarse con el poder central ha cambiado, pero aún se mantienen continuas visitas para cerrar convenios, acuerdos, acelerar pagos o llamar la atención de problemas que requieren atención en los siguientes presupuestos. Nunca se ha considerado pecado que un político vuelva a su finca con unos millones, siquiera prometidos. Lo que ha pasado en esta ocasión es más complicado y tiene poco que ver con el viaje de Alonso, y mucho más con una especial sensibilidad de Antonio Morales, que sabe que Nueva Canarias, el partido al que representa, está fuera del Gobierno regional. Con Coalición prácticamente desaparecida en Gran Canaria, la representación de la isla en el Gobierno la asume casi en exclusiva el PSOE. Y Carlos Alonso -por pose o por carácter- lleva desde el cierre del pacto de Gobierno presentándose como defensor de prescindir del PSOE en Tenerife y en Canarias. En su viaje a Madrid, Alonso se hizo acompañar por la consejera insular del PP Ana Zurita, que no le hacía falta para abrirle puertas en el Ministerio, pero sí para vender la idea de que lo hizo. A Alonso le gustan estos gestos, y sabe muy bien lo que quiere. Quiere ser recordado como un gran prócer tinerfeño y quiere un PSOE menos crecido en la isla. Trabaja con empeño por ambas cosas, que probablemente considera vinculadas. Y está empujando a los gobernantes de la isla de enfrente a situarse en un insularismo rancio y viejuno. Hizo lo mismo hace dos años con Bravo de Laguna, un político fascinado por lo que fue ATI y por el poder que logró, pero que al imitar el modelo se pegó un batacazo...

Ojo con Alonso: no es el tecnócrata pijo y primero de la clase que algunos dicen que es. Tiene alma de provocador y capacidad objetiva para reventar este Gobierno. Ahora o en diciembre.