Estoy intentando hacer amigos fuera de Facebook. Salgo a la calle y voy dando voces diciendo a la gente lo que he comido, lo que me regaló mi tía, cómo me siento, lo que estoy haciendo y lo que haré más tarde. Lo bien que trabajan el pelo en la peluquería "Por la Patilla". Escucho las conversaciones y grito "me gusta". Ah, e invito a compartir cuantas ideas, pensamientos, boberías, genialidades... que se me ocurren o se le ocurrieron a otros. De vez en cuando me paro y doy un breve discurso de carácter moralista. Inofensivo y medioambiental. Luego continúo mi camino sin dejar de buscar más amigos: ¿conoce usted a fulanito? Como es amigo de Zutanito y Zutanito es amigo suyo, a lo mejor ustedes también se conocen. ¿No? También invito a jugar al Candy Crush a cuantos me tropiezo.

De momento ya tengo tres personas que me siguen: dos policías y un psiquiatra. Además de dos perros y cuatro candidatos a listas electorales.

¿Ridículo? Tal cual. Es de lo más natural. Códigos distintos. Cada día, qué digo cada día, cada segundo, ahora mismo, millones de personas lo están haciendo en la red por excelencia y no sé cuántos millones más lo están siguiendo y contestando, compartiendo o aceptando.

Es curioso. Sumamente llamativo cómo las redes sociales y las nuevas tecnologías nos acercan a los que están lejos y nos separan de los que están cerca. Si el roce hace el cariño, nos debemos estar haciendo unos ariscos de tres pares de narices, porque rozar, lo que se dice rozar..., ni en la cola del supermercado -ya guardamos la distancia persona, móvil, persona. Es que ni nos miramos-. Con decirles que se me está ocurriendo patentar un modelo de "visera selfie" con paragolpes... Sí, como el de los coches pero con un poco más de saliente. Tal es el grado de abstracción que llevamos por las aceras, cabeza gacha y vista pegada al móvil, que es inevitable el atropello con la frente y cornamenta, si fuera el caso, de farolas, árboles, cornisas, paraguas, postes, pintores, electricistas o escaleras que se encuentren en nuestro itinerario. Como el burro y la zanahoria..., pues lo mismo.

Si tuviera que montar un negocio, hasta hace bien poco lo tenía muy claro: una óptica o una tienda de audífonos. Cada vez vivimos más y la vista y el oído se van perdiendo. Con lo que siempre habrá clientela. Pues ahora añadiría otros dos: una sala de tratamiento de cervicales. A ver cómo enderezamos ese cuello que lleva horas girado hacia abajo sin un solo movimiento lateral..., y el otro negocio redondo, aunque aquí necesitaría un par de arreglos legislativos, patentar las bodas por whasapp:

-¿Venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente?

-Ok

-Ok

-¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente durante toda la vida?

-Oks

-Antonio, ¿aceptas a María Engracia, como esposa, y prometes serle fiel en las alegrías (je,je) y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

-Ok...

-Ya puedes besar a la novia.

-Muackssssssss.

-Ummmmmm.

No me digan que no sería bonito. Yo lo flipo con sólo imaginarlo. Con esos emoticonos tan monos...

Facebook, Twiter, el Whasapp están resolviendo las relaciones entre tímidos y distantes, pero lo que es dentro del barrio no conocemos ni a los vecinos.

Hemos pasado del cara a cara, del vis a vis, al libro virtual de perfiles, de fotos o lo que queramos. Y hasta nos gusta más mover los dedos que la lengua. Y esto sí que es un gran problema. ¿O no?

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es

P. D.: Hace un par de días acaba de pasar a mejor vida D. Pepe Damas. Se acaba de jubilar un gran compañero, un estupendo director y, lo más importante, una gran persona. Que lo disfrutes muchos años, amigo.