Ni la vuelta de doña Monsi, que ha regresado de Barcelona todavía más alterada, después de haber votado en las elecciones catalanas; ni el concierto de la banda de los colegas de Eisi para recaudar fondos con los que poder comprarle una nueva dentadura. Nada de eso, nada, se puede comparar con lo ocurrido días antes, cuando Carmela se puso de parto.

-No puede ser. Si aún te faltan casi dos meses -le recordó la Padilla mientras la mujer se agarraba la inmensa barriga.

-Aguanta un poco -le aconsejó Brígida, haciendo un gesto de contención con la cara.

-Pero ¿ustedes se creen que yo soy un horno de pan? Las mellizas están empujando y quieren salir ya, así que ¡avisen al médico! -gritó Carmela, tirada en el suelo en medio del portal.

María Victoria, atacada y con sus caniches detrás de ella, corrió al cuartito de contadores, cogió el micrófono y nos anunció a todos, a través del hilo musical del edificio, que Carmela estaba de parto y que fuéramos preparando paños y agua caliente.

-Pero ¿tú estás loca? -le dijo doña Monsi, arrancándole el micrófono-. No podemos atenderla en el edificio. Que venga una ambulancia y la saquen de aquí cuanto antes. ¿Tú sabes lo que ensucia eso?

-Sí, un asco. Y, además, ella es la encargada de limpiar, aunque, después de parir a las mellizas, no creo que esté para mucho trote -apuntó María Victoria.

La Padilla llamó al 112 pero no había tiempo: el parto era inminente.

-Ay, ya se ve una cabecita -anunció Brigida a punto de desmayarse.

Doña Monsi empezó a resoplar y ordenó a Neruda que cogiera el cubo y la fregona porque, mientras Carmela estuviera de baja, él sería el encargado de limpiar las escaleras.

-Pero, señora, yo no puedo. Eisi se ha quedado con mis gafas y no veo nada.

-No hace falta que lo jures y deja de hablar con la fregona que yo soy la de la derecha.

Los minutos pasaban y Carmela no paraba de gritar, mortificada por los dolores del parto. En medio de todo el barullo, los amigos de Eisi llegaron al edificio, como cada tarde, para empezar el ensayo del concierto.

-¡Chas, muchacho! ¿Esto qué es? -preguntó Chanito, el cantante, cuando vio tremendo despliegue en medio del portal.

-¿No ven que Carmela está pariendo? -se enfadó la Padilla y les hizo indicaciones para que subieran a la azotea.

-Si les parece, yo puedo amenizar este dulce momento -propuso, desenfundando la guitarra.

En ese instante, la parturienta emitió una especie de cacofonía que si Iker Jiménez lo lleva a Cuarto Milenio se escucharía algo así como: "Saquen-a-estos-capullos-de-aquí-que-estoy-pariendo-y-no-tengo-el-cuerpo-para-fiestas".

Con todo el jaleo, la Padilla se había dejado la puerta de su piso abierta y Cinco Jotas vio los cielos abiertos y escapó escaleras abajo, pero, cuando llegó al portal, se quedó más impactado que el día que descubrió a la Padilla echando un trozo de chorizo al potaje.

-¡Quiten a ese cochino de ahí! -ordenó María Victoria.

-¿Qué acontece en este lugar? -preguntó Eisi pasmado al salir del ascensor y encontrarse a Carmela y a una de las mellizas abandonando el cuerpo de su madre-. ¿Es que han perdido el oremus?

-¿Oremus? Un Padre Nuestrus sí que vendría bien porque esto se complica. Venga, ¡empuja! que viene la segunda -gritó la Padilla y, otro de los colegas de Eisi hizo un redoble con la batería.

En menos de cinco minutos, las dos niñas ya estaban en el regazo de su madre y fue entonces cuando la banda entera empezó a tocar el "We are the champions".

Carmela no dejaba de llorar de la emoción y nos pidió que avisáramos a su marido pero Pepe ya había llegado y, al ver la escena de su mujer despatarrada en el suelo con las dos mellizas encima y Cinco Jotas mirándolas con pinta de cerdo mareado, cayó al lado de su mujer.

La ambulancia llegó justo cuando la Padilla terminó de cortar los cordones umbilicales y todos nos quedamos como bobos mirando cómo se llevaban a la madre, a las sietemesinas y al padre.

Doña Monsi, de morros, le dio un codazo a Neruda y este empezó a limpiar como pudo.

@IrmaCervino

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