Los que piensen que ya ha escampado el tema independentista, que se lo quiten de la cabeza, porque aunque parezca el principio, no lo es, pues el asunto viene de viejo y, como dice Guardiola, "si no es ahora, será más pronto que tarde". Tiene razón este entrenador tan antipático, "tiene muchísima razón don Sebastián", como cantan en "La Verbena de la Paloma".

"Cataluña no es España", dicen los independentistas, un 40% de los votantes, que no de población. Este sentimiento aldeano de separatismo no es baladí, y hay que tomárselo muy en serio y acabar de una vez y por todas con este paroxismo. Por mí ya les hubiera concedido la independencia hace mucho tiempo, eso sí, con sus consecuencias y pagada por los solicitantes; claro que si la cosa fuese mal, de la misma forma que somos tan caritativos con los sirios, tendríamos que serlo con los catalanes, con quienes nos unen más vínculos afectivos. Esta opinión, que no es mayoritaria, no se debe a lo que sucede actualmente, sino a mi larga experiencia empresarial con esta comunidad autónoma.

Hacia la mitad y finales de la década de los cincuenta, comenzaron mis relaciones con negocios de esa tierra. Durante más de 45 años visité frecuentemente distintas empresas, y sus responsables me devolvieron la visita para cerrar acuerdos comerciales. Lo zona que más conozco es Barcelona, una parte de Lérida y Gerona, y menos Tarragona, pues me centré en Reus. La primera vez que sobrevolé sobre el Prat me quedé con la boca abierta, con aquellos inmensos campos de verduras, las extensas zonas industriales, una costa fuera de serie que converge en los alrededores, y por supuesto la imponente capital con sus trazados de avenidas, calles llanas, y edificios a una misma altura. Barcelona es hermosa, activa, y sin lugar a dudas una extraordinaria ciudad.

Sus habitantes eran un conglomerado de diversas zonas de España, con empresarios y jefes nativos, pero mucha clase trabajadora mayoritaria de extremeños, andaluces y murcianos. El catalán prototipo era laborioso, responsable y serio en sus tratos, pero muy suyos y defensores de su patrimonio común, empezando por su lengua, cosa que me parecía lógico. Si concretabas un acuerdo comercial se entregaba a la causa, pero si no, se cerraba en banda y era antipático y algo despreciativo. Durante la era de Franco el denostado, recibieron ayudas y mejoraron su industria y comercio gracias a la mano de obra, barata, sensible y necesitada de otras regiones. Ese es el progreso de Cataluña, una comunidad pujante que ahora quiere mandar sobre el resto de España.

Recuerdo una visita a Badalona con mi jefe, don Leocadio, a comprar maquinaria para la fábrica de galletas Himalaya. Nos acompañaron Cabrera, un excelente vendedor y poeta, y Chiristian Sollhein, alemán casado con una tinerfeña, agricultor y empresario, una persona entrañable que me tenía un gran aprecio. Los vendedores, al ver el gran pedido que hicimos, nos pusieron las mejores alfombras y nos trataron a cuerpo de rey. Sin embargo, en otra ocasión en Balaguer, Lérida, no conseguíamos quien hablara en castellano, hasta que informamos que íbamos a comprar.

El sentido separatista lo han tenido siempre. Dicen que han sido reprimidos, pero es mentira, se han acostumbrado a mostrar esa postura quejica, para sacarle todo lo que puedan al estado y de los españoles. Les hemos dado mucho más de lo que han aportado al país.

Culpan a Rajoy por no haber sabido negociar, ¿qué potestad tienen para decirle lo que hay que hacer? Mientras, Pedro Sánchez, cree que la republica lo soluciona todo. ¡Pobre diablo! Culpable siempre el de fuera. ¿Negociar qué? Si es como hablar con una pared. Propongo un referéndum nacional con una pregunta sencilla: ¿quiere usted que Cataluña esté separada de España? Veremos cuál es la opinión general, y por supuesto, si sale un sí, a partir de ahí, frontera y hasta luego Lucas. Voto sí. Que no les va bien, los recogemos de vuelta en las mismas condiciones que el resto, y basta, nada de favores. Menos vueltas a la tortilla, que esta incertidumbre puede ocasionar un nuevo enfrentamiento y familias divididas. Como muestra mi propia estirpe que reside allí, donde ellas, nacidas fuera de Cataluña, quieren separarse, y ellos, catalanes, dicen que no.

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