Los que peinamos canas sabemos el gran servicio que prestó don Juan Monclús, en la ya desaparecida Librería Sonora, a quienes, como yo, nacimos con el gusanillo de la lectura. En aquella época de carencias, sabiendo el recordado don Juan lo mal que estaba la economía, en la Sonora se cambiaban libros mediante el pago de cincuenta céntimos (de pesetas), por cuyo motivo el flujo de lectores era incesante. De ella salieron mis primeras lecturas -Doc Savage, La Sombra, Bill Barnes...-, que posteriormente me permitieron descubrir a los grandes maestros de las novelas policiacas -Agatha Christie, Nero Wolfe, Earl Derr Bigger, Erle Stanley Gardner, Raymond Chandler...- y luego a los novelistas de culto -Pearl S. Buck, Somerset Maugham, E. P. Oppenheim, Pérez Galdós, Unamuno, Maurois...-.

Una de las ventajas de la Sonora era que podían conseguirse en ella libros en inglés, idioma en el cual comenzaba yo por entonces a hacer mis primeros pinitos. Ello me permitió descubrir a un desconocido escritor británico, Ian Fleming, uno de cuyos personajes principales, James Bond, el ahora famoso agente 007, cautivó desde el principio mi inquieta mente juvenil; recuerdo haber leído una media docena de sus novelas, antes que el actor Sean Connery lo popularizara en la pantalla.

Lo mismo me sucedió con Robert Ludlum, un escritor americano con cierto prestigio que no obstante saltó a la palestra con verdadera entidad el año 1980, al publicar "El caso de Bourne". La novela, aunque persistía en los parámetros preconizados por Ludlum, tuvo un inmediato éxito y catapultaron a su autor a una fama realmente increíble. De hecho pocos meses después comenzó a especularse en los círculos de Hollywood sobre la posibilidad de rodar una película sobre ella, pero por razones que ignoro el proyecto no llegó a realizarse. Tuvieron que pasar más de veinte años -exactamente veintiuno, tiempo este que permitió a Ludlum publicar "El mito de Bourne" y "El ultimatum de Bourne"- para que el séptimo arte se decidiera a llevar al celuloide la primera novela de la trilogía, quizá al ver el gran éxito editorial que la serie lograba en todo el mundo.

La cuarta y la quinta secuela cinematográfica de la serie no fueron escritas por Ludlum, pero esto carece de importancia ya que sus guionistas han sabido captar al ciento por ciento el espíritu que el malogrado autor americano insufló en sus obras. La quinta, cuyo argumento se mantiene en secreto, se desarrolla en Grecia, y podemos estar seguros de que obtendrá el mismo éxito que las anteriores.

Que se haya elegido Santa Cruz de Tenerife para filmar JB5, nombre provisional de la película, debe constituir para todos una verdadera satisfacción. Al final nuestra ciudad gozará de cinco o diez minutos del metraje total, pero serán suficientes para que adquiramos fama como escenario de otras filmaciones. Esta bicoca ha dejado en la ciudad catorce millones de euros, por lo que los "conseguidores" merecen el agradecimiento de todos los chicharreros. Que, curiosamente, han acogido la filmación con espíritu deportivo, sin pegas o impedimentos a las molestias que el trabajo en sí exige. Calles cortadas, prohibiciones para aparcar, sustitución de letreros, cambios en el tráfico, etc., se han realizado sin mayores problemas, concienciada la población de que durante unas semanas la situación económica de muchas familias mejorará sensiblemente.

Habría que reseñar como factor determinante, llegada la hora de impartir felicitaciones, la colaboración que ha prestado el Ayuntamiento capitalino, la Policía municipal, el Real Casino, Urbaser y cuantos organismos han propiciado que la productora de la película se lleve de nuestra ciudad la mejor impresión. Que propaguen nuestra buena disposición nos traerá nuevas filmaciones en el futuro.