La llegada a la Isla de un supuesto jeque árabe, acompañado de un importante séquito de un centenar de personas, que habría procedido a alquilar durante una semana un restaurante de la calle de La Noria y medio hotel Botánico, entra dentro de la escala de sismos importantes para una prensa de provincia. La noticia me olía a chamusquina porque del jeque no se contaba otra cosa que sus idas y venidas en un gran coche negro a por los aguacates con aceite y vinagre y las ensaladas con atún del establecimiento. Hasta sospeché que se trataba de una original campaña de publicidad para poner en jaque a todos los medios de la Isla con el cebo del misterioso visitante. Pero no. Algunas significadas personas de la capital me juraron por sus ancestros que el jeque realmente existía y me enseñaron sus fotos en internet para mostrarme a un señor con falta de afeitado que parecía una mezcla entre Antonio Ozores y Jorge Javier Vázquez. "Yo lo he visto bajarse de la limusina" me perjuró un testigo invocando a sus señora madre.

Hombre, no voy a negar las excelencias de la cocina canaria, que ha mejorado muchísimo en las últimas décadas. Pero no veo a un jeque recorriendo miles de kilómetros para pegarse una ensalada de papas negras. Tal vez para ablandar la desconfianza de gente descreída, como un servidor, la información se acompañaba de alguna especulación sobre los motivos reales de la visita del insigne personaje que pasaban por cosas tan estrambóticas como comprar la refinería de Cepsa (¿comprarla aquí si los dueños están en los Emiratos?) o un romance con una señorita tinerfeña (¿no sería mejor entonces que viajara ella en vez de venirse el hombre con dos aviones y un ejército de asistentes?). O sea, cosas muy poco digeribles.

Un jeque en Londres, en París o en Madrid es como una gota de agua en un océano. Pasaría absolutamente inadvertido. En una caja de fósforos tan cotilla como esta Isla es una bomba. Sobre todo si en vez de venir camuflado en vuelo regular aterriza con toda la parafernalia con la que ha venido. Se mantiene que en realidad el jeque está en Tenerife para tener entrevistas con empresarios locales lo cual que resulta también de lo más misterioso, porque la munición de la patronal de la Isla no casa mucho con el calibre que calza un miembro de la familia real de los emiratos árabes. Además considerando los empresarios que tenemos aquí me creo más lo de las papas negras.

En fin, que está uno con la mosca detrás del pabellón auditivo pensando en si lo del jeque es una gran quedada. Yo, por si acaso, me he subido al trastero para mandar a la tintorería mi tradicional khandura, el agal y la sufra de todos los Carnavales, que para quien no lo sepa (más vale que lo vaya aprendiendo con cierta urgencia) es el traje nacional en los emiratos árabes. Si al final el jeque viene a comprar la Isla, que es lo mejor que podría pasarnos, quiero que me coja de punta en blanco.