Aunque no lo parezca, a juzgar por el calor, el calendario expresa que estamos en otoño, y como tal surge en las comarcas peninsulares el llamado tiempo de la berrea, que es cuando los ungulados ponen a prueba sus facultades fonadoras, a juego con su cornamenta, para imponerse entre los machos rivales y llevarse al huerto a toda una manada de hembras de su misma especie. Traducido a Canarias, al menos en el reino animal, su relevancia es escasa y sus parientes cercanos, cabras y cabrones, suelen estar estabulados en granjas de producción lechera por cuestión de espacio y rentabilidad. Pero si buscamos alguna similitud con la permanente berrea del pleito, observamos la continua lucha entre nuestros dirigentes políticos, que azuzados o no por sanedrines empresariales ponen sobre el tablero azul de nuestro mar circundante, todos los agravios inimaginables para desequilibrar el difícil acuerdo emanado de los pactos de gobernabilidad, pues día sí y otro también, amenazan con romper amarras y empeñarse en la deriva de la individualidad. Una actitud que casa con la condición insular de cada territorio, con problemas y necesidades singulares conforme a su extensión y demografía, pues a nadie se le escapa la diferencia en la cantidad de votos para nombrar un representante de una isla co-capitalina, de otro perteneciente a las que no lo son. Una proporción que lógicamente se traduce también, pero a la inversa, en potenciar las actuaciones administrativas o públicas, en función de su número de habitantes para la buena ordenación de su territorio. Así se dan casos como el de la carretera grancanaria de La Aldea, necesario para sacar de su aislamiento a un municipio encajonado en una caldera, que durante siglos anteriores consideraba más factible acudir por mar a aprovisionarse en la isla tinerfeña, que acometer los complicados senderos hasta el Real de Las Palmas. Esta afirmación fue constatable en mi propia familia, con vínculos familiares con el conde de la Vega Grande, y por tanto propietarios de algunos terrenos en tan incomunicado lugar.

Expresado esto último, para desechar cualquier duda, sitúo también como prioridad extrema el necesario cierre del anillo insular por el lado norte y noroeste de Tenerife, favorecedor del desarrollo de otros municipios igualmente castigados por el paro y la carencia de recursos económicos competitivos, y con una agricultura en deceso. De esta forma, con la culminación de este trazado alternativo, la viabilidad, para el traslado cotidiano de miles de trabajadores hacia las zonas turísticas del sur, será más eficaz y supondrá una reducción del riesgo y un ahorro de tiempo y combustible; pues si partimos del municipio de San Juan de la Rambla, la alternativa viaria pasará -y de hecho pasa a pesar del complicado itinerario por la ruta noroeste, en vez de tener que conectar con la TF-5 y circunvalar el complicado nudo de tráfico de la zona metropolitana de Santa Cruz y La Laguna. Alternativa que implica a diario un monumental atasco entre los vehículos que confluyen hacia estas ciudades, y los que quieren enlazar con la TF1 para acudir a sus trabajos. Dos cuestiones vitales con soluciones independientes, pero complementarias a la vez, aunque la resolución pasa, en principio, por la conclusión del citado anillo.

Expuestos los problemas y sus prioridades, no entendemos cómo la actual consejera de Obras Públicas del Gobierno Canario, Ornela Chacón, pretende imponer a nuestro Cabildo, presidido por Carlos Alonso, la forma de ejecutar la inversión de los 15 millones asignados para la terminación de los trabajos ya iniciados, pero no dice nada de los que aún necesitan iniciarse, como lo es el tramo El Tanque-Santiago del Teide, pendiente aún de expropiaciones y del trazado del túnel más largo y oneroso de la Isla. Entendemos la irritación de Alonso y su actitud extrema ante un acuerdo firmado previamente e incumplido de forma flagrante. Compromiso en los que tendrá que mediar, con su habitual talante conciliador, el presidente Fernando Clavijo, para tratar de mitigar los altibajos y eliminar los cuernos de la permanente berrea pleitista.

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