Acabo de enterarme de que existe un síndrome llamado de "fatiga informativa". Esta era una de mis ignorancias. Leyendo una web de información para empresarios y autónomos he sabido que este síndrome es el que experimenta una persona cuando se siente desbordada por una gran cantidad de datos nuevos. Entonces se produce una especie de sobrecarga de información. No es nuevo. Al parecer, los expertos que se dedican a analizar las características de las sociedades con acceso a cantidades ingentes de información, han observado este fenómeno que han cifrado y han bautizado.

Por lo que he podido leer en una de las tantísimas páginas que me ofreció el buscador de Google, la revista Science publicó hace ya algunos años un estudio elaborado por la Universidad de Carolina del Sur, en el que se decía que cada uno de nosotros recibimos a diario un volumen de información equivalente a la que incluyen ciento setenta y cuatro periódicos. Según cuenta el periodista, para hacer la investigación empezaron a recoger datos en 1986 y en aquel momento la cifra era de cuarenta periódicos. La noticia concluía que en apenas un cuarto de siglo, la cantidad de información que recibimos es cuatro veces mayor. Y añade: "no solo la que nos llega, también la que nosotros mismos generamos", esa que intercambiamos y que "solo pasa por nuestras manos. Aunque la capacidad de asimilación es distinta en cada persona, parece evidente que hay una sobrecarga".

Para prevenir el malestar ocasionado por este "exceso de información" cuentan que "es positivo filtrar la información a través de las fuentes adecuadas", es decir, consultando con medios de calidad. Se me ocurre pensar que una vez alcanzado el logro de poder acceder a ese maremágnum de datos, ahora el reto es saber escogerlos. Y no solo eso, también cribar para separar el grano de la paja y elaborar después un pensamiento propio. Y esto sí que me parece un desafío.

Existe un interesante experimento que demuestra cómo las personas adultas, que no maduras, somos capaces de aceptar como verdad lo que por convencimiento personal sabemos que no lo es. Lo cuento.

Se escogen cuatro individuos mayores de edad. Se les muestran cuatro varas de distintos tamaños y cada uno de ellos tiene que elegir la más pequeña. Así en series sucesivas. Todos van acertando en cada prueba sin complicaciones. En la última serie, la persona que controla el experimento establece una complicidad con tres de los participantes para que señalen como la más corta una vara que, notoriamente, no lo es. El cuarto de los individuos que participa en la investigación y que desconoce por completo esta manipulación, asiste atónito a las decisiones de sus compañeros que, una y otra vez, eligen de forma equivocada en un ensayo tan sencillo. Esta serie trucada se repite y se repite hasta que el cuarto individuo comienza a dudar. No recuerdo exactamente en qué momento decide cambiar de opinión, el caso es que finalmente empieza a optar por la misma vara que sus compañeros, a sabiendas de que ésta no es la más pequeña de cuantas le muestran.

Las informaciones que nos llegan por no sé cuántos dispositivos, redes o soportes requieren un esfuerzo para tamizarlas. Y no me parece que esté libre de errores o de contradicciones ese ejercicio de depurar y elegir con qué nos quedamos y con qué no, qué compartimos y qué no. Estamos en continua transformación.

Pero no se me ocurre mejor forma para no comulgar con ruedas de molino o sucumbir a manipulaciones (como el del experimento) que cultivar un criterio personal sustentado en la propia experiencia, en el conocimiento personal, en el aprendizaje continuo.

@rociocelisr

cuentasconmipalabra.com