Deseo hablar hoy a tu alma que, a buen seguro, estará en la Gloria. Era la mañana del día 10 cuando, al abrir este periódico en internet, sentí un escalofrío al ver el título del artículo de Eliseo. Al leer el texto sentí una gran tristeza. Nos habías dejado. Y no me había enterado. Horas después fui atendido en el teléfono por una de tus hijas y conocí que habías fallecido el día 6.

En el anochecer del día 5 había estado paseando con parte de mi familia muy cerca de tu casa teniéndote en mente. Tal parece que la vela de tu vida comenzaba a apagarse.

Tras leer el artículo de Eliseo le dije a mi esposa: ha ocurrido lo que me temía. Y es que no pude verte. La última vez que te visité, hace unos meses, prometí volver. Y no lo hice. Mi corazón no lo permitió y cuando me fui recuperando, poco a poco, lo fui dejando para luego, y se cumplió aquello de "lo que se deja para luego, no llega nunca".

Desde que nos conocimos en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, siendo director Leandro, en aquellas juntas de gobierno que teníamos en la antigua notaría de Auñón, establecimos un recíproco afecto que se manifestó siempre y se elevó al cariño que nos profesábamos.

Han sido varias las veces que te visitaba en casa, en las que disfrutábamos de tus recuerdos; en las que tu alma se manifestaba en tu cuerpo vivo de hombre bueno; de amante de la familia en grado sumo; de maestro de escuela, que te gustaba decir; de las vicisitudes y alegrías en la enseñanza de muchos alumnos que lo fueron de ti. Conversaciones en las que hablamos de valores morales que nos habían acompañado a lo largo de la vida y que veíamos, con tristeza, cómo habían venido decayendo en nuestra sociedad. Conversaciones, en fin, enriquecedoras.

En el último encuentro me dijiste que habías cumplido cien años. Te adelantaste unos meses porque esos años habías de cumplirlos pocos días después de tu fallecimiento. No cumplí tu deseo encarecido de que querías ver publicado un libro con una recopilación de mis artículos. Lo siento. Perdón. Y no he visto publicado el libro de tus recuerdos, cuyo prólogo me diste a leer.

Recuerdo que don Andrés de Souza, en tanto que director de la RSEAPT, promovió el que se te pudiera otorgar el merecido título de Hijo adoptivo de La Laguna. Al final el ayuntamiento te otorgó una calle, a la que el cartero no va. Pero ahí está la placa, con tu nombre.

Veremundo, desde este lado de la vida, mil besos. Espero que nuestras almas se encuentren algún día, si soy merecedor de ello. Adios.