El Gobierno de Canarias acaba de cumplir los primeros cien días de mandato, con un balance moderadamente optimista: el presidente Clavijo ha logrado mejorar las relaciones con el Gobierno de la nación, ha superado los problemas municipales y de protagonismo que aquejaban al pacto y ha logrado un cierto consenso político en torno a sus principales iniciativas, solo cuestionado -de momento- por el presidente del Cabildo grancanario. Clavijo y su "buen rollito", reivindicado explícitamente como una forma de hacer política basada en el acuerdo y en la conciliación, han tenido un efecto balsámico en muchas de las tensiones y conflictos interinstitucionales heredados de la etapa de Rivero, aunque ha abierto un nuevo frente pleitista con Gran Canaria. Entre el diálogo y el pulso que no temblaba nunca, yo me quedo con el diálogo, pero gobernar no es solo hacer política y ofrecer una imagen de proximidad. Gobernar también es gestionar los asuntos públicos, diseñar equipos humanos competentes y administrar con sabiduría y sentido de la justicia los recursos existentes.

Este Gobierno, sin embargo, parece más pendiente de los titulares que de los hechos: Clavijo se mueve perfectamente entre políticos y medios, y goza de un creciente crédito. Pero su Gobierno parece paralizado y melancólico: la imagen de consejos de Gobierno que se reúnen al límite del quórum es alarmante. Como también lo es que la mayor parte de las consejerías parezcan estar sobrepasadas, sin iniciativa, más ocupadas en resolver problemas de funcionamiento que otra cosa. La vicepresidenta, por ejemplo, ha cerrado el organigrama de su consejería atendiendo más a contar con la mayoría en el próximo Congreso regional del PSOE que a una organización eficiente. Se enfrenta además a la huida de algunos jefes de servicio, molestos por haber sido responsabilizados públicamente de no tramitar los expedientes de dependencia, cuando el problema es que ni había -ni hay- dinero para hacerlo. En Hacienda, el presupuesto sigue parado: Rosa Dávila no ha logrado poner encima de la mesa del Gobierno ni un mísero avance de las cuentas. Se supone que debería presentarlo en la próxima reunión del Consejo, pero todo hace prever que no será así. En Turismo, la consejera puentea a sus cargos directivos, y somete a los funcionarios a interminables e inútiles reuniones. En Educación no acaban de arrancar, el inicio de curso les cogió con el paso cambiado. En la Consejería de Presidencia, el socialista Aarón Afonso ha entrado como elefante por cacharrería y ha abierto una innecesaria guerra con los funcionarios a cuenta de las horas extras ya realizadas. En Sanidad, las buenas intenciones se ahogan ante la indefinición sobre la asignación de recursos. Y así anda prácticamente todo el Gobierno: tensiones y conflictos internos, problemas de encaje, y todo el mundo pendiente del dinero que habrá el año próximo porque este ya no se puede hacer nada.

La gestión del Gobierno no acaba de arrancar: tardaron demasiado en los nombramientos, se retrasan con los presupuestos y están el presidente y la vice demasiado pendientes de su propia política, sus declaraciones y su imagen. Todo eso es necesario, pero no le resuelve los problemas a la gente. También hay que definir actuaciones, dotarlas de ficha financiera, mover papeles, y colocar al frente de la gestión a la gente más competente.