Les voy a proponer un problema. Tenemos un tanque con 80 litros de agua que está conectado a dos tuberías. Por una le entra un litro cada hora y por el otro salen dos litros también cada hora. Resulta bastante evidente que si sale más agua que la que entra, en una cierta cantidad de tiempo el tanque terminará vacío. En ochenta horas, como es el caso, o en ochenta años. Pero tarde o temprano. Bien, pues eso mismo es lo que está pasando en la Seguridad Social en este país.

Desde el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, los fondos de reserva de las pensiones, que eran "intocables", han sido manoseados por el Gobierno para sacarse a sí mismos las castañas de las cuentas públicas del fuego. De hecho, el Ejecutivo de Mariano Rajoy no sólo los ha manoseado sino que los ha estrujado como un limón. De los sesenta y seis mil millones que llegó a tener el Fondo de Reserva ahora no llega a los cuarenta mil millones. En este largo periodo de la crisis se han dispuesto de casi treinta mil millones para poder asumir el pago de los más de nueve millones de pensionistas que tiene el sistema.

Meter la mano en la hucha de las pensiones no es la única medida desesperada que se ha tomado en el crudo invierno de la crisis. Para solucionar un problema grave en España siempre se tiende a tomar atajos tramposos. Los dos últimos inquilinos de La Moncloa, uno socialista y otro conservador, se han enfrentado a la crisis del sistema de la Seguridad Social por la vía de jeringar a los contribuyentes de todas las maneras posibles. Zapatero, por ejemplo, aumentó el número de años de cotización en base a los que se calcularía la pensión y pasamos de once a veinticinco años. Lo hizo con la insana intención de que al alargar el periodo de cómputo para incluir parte de los primeros años cercanos al comienzo de vida laboral (con sueldos más bajos) se pudiera lograr unas pensiones de cantidades inferiores. Como la jodienda no tiene enmienda, antes de marcharse dejándonos el país hecho unos zorros con una crisis que no vio venir, ni sintió llegar, ni llegó a reconocer, nos dejó como regalo de despedida el aumento de la edad de jubilación de los 65 a los 67 años. Muy socialista.

Dos años más para que por el camino algunos no lleguen a cobrar la pensión porque estarán criando malvas. Pero es que encima estas edades sólo las cumplimos los idiotas del régimen general, que no somos funcionarios, maestros o empleados de banca. Para que quede claro que todos los españoles no somos iguales ante la ley de la jubilación. Después llegaron los conservadores, con el austero señor Rajoy, y se cargaron el incremento anual de las pensiones referido al IPC. Nos empobrecieron más para salvar la balsa.

Pero a pesar de todo; a pesar de tanta medida tramposa, el tanque se sigue vaciando. La tasa de dependencia (relación entre cotizantes y jubilados) se acerca peligrosamente al dos a uno. Pero ni siquiera ese es el mayor problema. El problema de España es de empleo y de salarios. Tenemos menos trabajadores que nunca y más pensionistas que nunca. Y el crecimiento de afiliados a la Seguridad Social sube por encima de los ingresos; tanto como que el año pasado el número de cotizantes creció casi tres puntos y medio mientras que las aportaciones a la caja de la Seguridad Social no llegaron a un punto.

La explicación es que hay miles de personas que consiguen trabajo, pero con sueldos realmente miserables. Millones de pequeños y medianos empresarios, esquilmados por los impuestos y la crisis, están contratando con salarios que se aprovechan de la necesidad de la gente por tener un empleo. Se abarata la mano de obra y bajan los costos de producción pero se hunde el consumo, los ahorros y las aportaciones a la Seguridad Social.

Houston, tenemos un problema. Nuestra población envejecida va creando nuevos pensionistas a mayor ritmo que nuestra quebrantada economía genera fondos para sostenerlos. El tanque se vacía a pesar de las trampas del Gobierno para poner trabas y devaluar las jubilaciones. El sistema está acercándose peligrosamente a un abismo que terminaría estableciendo pensiones iguales y miserables para todo el mundo con independencia de sus cotizaciones. Es decir, su destrucción. Y ese panorama no está tan lejos salvo que vivamos un nuevo milagro económico que sinceramente no se ve. Por lo menos desde dentro del tanque donde nadamos los besugos que seguimos cotizando sin saber si al final habrá agua para nosotros.