Cuentan los más viejos del lugar que siendo niños contemplaban largas colas de "señores", de toda edad y condición, a la espera de que el limpiabotas les lustrara los zapatos. Recuerdos vivos en lugares tan emblemáticos de la isla como la plaza del Charco portuense o el entorno de los bares British y Atlántico en la capitalina plaza de España. Hoy es un oficio casi extinguido, pero con algunos "supervivientes".

La crisis ha llevado a recuperar trabajos como este por necesidad. Lejos quedan los tiempos de las "estaciones de servicio" para abrillantar el calzado en Santa Cruz. Por ejemplo, en las muchas zapaterías (las de entonces, las del zapatero remendón, no las de ahora) abiertas en el rectángulo de las calles Candelaria, Cruz Verde o Santo Domingo.

Junto a estas pequeñas industrias, estaban "los limpias autónomos" de la plaza Weyler, La Alameda y los cafés adyacentes como los antes mencionados, La Peña y el Cuatro Naciones. Personajes claves en la vida cotidiana por ser grandes conversadores. O mejor dicho, "oyentes". Cualidad fundamental, igual que los complementos del retrato: el trapo y la cajita de los materiales, entre ellos el imprescindible betún. Los mejores sabían oír a un cliente que "descargaba" con ellos. Y siempre con el trato de "Don", como correspondía.

Verlos ahora es un anacronismo, pero Teófilo, Vicente, Juan o Pedro, con sus respectivos "nombretes", merecerían un tributo. Como ocurre en el parque Santa Catalina de Las Palmas, donde la escultura "Betunero" recuerda desde marzo de este año a Pepe "el limpiabotas". Así, a secas.