Nunca olvidaré esa mirada, triste y perdida en un mundo que desconocía. Tenía las palabras deshidratadas, y el temblor de su cuerpo vaticinaba lo injusto de pasar de niño a hombre en algo más de 2.000 kilómetros. Con el tiempo supe que se llamaba Bakary, hijo de Dembo y Arisha, naturales de Gambia. Nuestros destinos se cruzaron hace 15 años en una playa de Las Galletas, yo más joven que ahora, y él, un niño, un crío que había cometido el delito de querer vivir con dignidad en un mundo corrupto.

Para algunos es un expediente, uno de los miles de "irregulares" que llegaron a las Islas entre 2002 y 2006 y que se convertirían en la tesis perfecta de los sectores más duros de la clase política de principios del siglo XXI: "Nos invaden, traen enfermedades y van a acabar echándonos; acuérdense, están avisados". Aunque no se trata del cine de Antonioni, el racismo sociológico emerge en los momentos menos esperados y en situaciones donde el límite cultural y social no te da la posibilidad de elegir.

No recuerdo el motivo exacto, pero me acordé de Bakary en el tranvía. Ella, una señora de 45 años, le decía bajito a su hijo, para que la gente no supiera que no le gustaban los negros: "No te sientes al lado del nigeriano ese que está estornudando... Y si te pega el ébola, ¿qué hacemos, Marcos?". No vaya a ser que la ignorancia sea contagiosa.

Me acuerdo de Bakary cuando el dueño del bar de siempre maldice a los vendedores ambulantes de relojes por espantar a los turistas, mientras que él tiene sin contrato a sus trabajadores pagando en "negro", el muy patriota. También me acuerdo cada vez que el amigo critica desde los altares de la Play Station 3 que "el trabajo se lo dan siempre a los que vienen de África", o los casos denunciados de exclusión sanitaria a inmigrantes en Madrid.

Durante un viaje a Gambia y Senegal, entendí perfectamente la necesidad de lanzarse al mar, además de comprender el imperioso compromiso vital de Bakary de tener las mismas oportunidades que el blanco; solo quería dejar de ser sospechoso para entrar en el selecto club de los hombre libres.

Siempre defendí que algo de Bakary estaba con sus compatriotas hambrientos y sedientos, trasladados como animales en un camión de la basura desde una playa en Maspalomas. El alcalde de San Bartolomé argumentó la vergüenza con una explicación que pasará a la historia del oprobio: "Los sacamos de la playa en un camión grande por humanidad". Les guste o no, Bakary es estadística a manera de metralleta de porcentajes en titulares y en ruedas de prensa de Hernández Bento, los que recuerdan que Canarias recibe en dos meses más inmigrantes en patera que en 2012, 2013 y 2014.

"Hola, me llamo Bakary y desde ahora seré su guía por los espacios más singulares de esta bendita isla". No sé si quise convencerme de que era real, pero Lanzarote decidió que volviera a encontrarme con aquel niño de mirada perdida, hoy capitán de su vida y dueño de su destino.

@LuisfeblesC