Gran Canaria vive estos días los efectos de varias trombas de agua que han convertido las carreteras de la Isla en un infierno. No hace tanto que Tenerife vivió su propia tragedia, un domingo 31 de marzo de 2002, cuando ocho personas perdieron la vida y más de treinta resultaron heridas en la mayor inundación que se recuerda en esta ciudad.

Los años pasan y la memoria se ocupa en otros asuntos pero quienes vivieron aquellas horas terribles saben muy bien la impotencia que se vive cuando la naturaleza deja sentir toda su fuerza. A lo largo de estos trece años se han acometido obras que intentan preparar nuestra ciudad para resistir mejor posibles avenidas futuras. Es difícil. Santa Cruz ha crecido tapando barrancos y trepando por las laderas. Vivimos en un municipio con enormes pendientes que recibe toda el agua que viene desde las montañas y de La Laguna, así que por muchas obras que hagamos va a resultar imposible evitar que nuestras grandes calles y avenidas se conviertan otra vez, algún día, en ríos de agua, barro y piedras que buscan su camino hacia el mar.

En pocos años hemos vivido aquella gota fría del 2002 y luego unos vientos huracanados, el Delta, una mano gigantesca que en 2005 barrió la ciudad derribando árboles centenarios arrancados de sus raíces y destrozando antenas y muros de casas. ¿Está cambiando el clima en Canarias o esto ha pasado toda la vida?

Si consultamos la historia veremos que estos sucesos han ocurrido muchas más veces en Canarias. Sólo unos casos: En 1957, entre el 15 y el 16 de enero, se registraron 32 víctimas en La Palma por unas intensas lluvias. En enero de 1979 se desbordó el barranco de Santos en Santa Cruz y se registraron graves inundaciones en Tenerife y La Palma. En 1987, en Tenerife, las lluvias causaron tres muertos y hubo desprendimientos en carreteras, corrimientos de tierra y graves daños en el muelle de Los Cristianos... Si uno consulta la fiable memoria registral del Centro Meteorológico Territorial de Canarias Occidental (se llama así, lo juro) se da cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol. Bueno, bajo la lluvia.

Lo que pasa es que siempre nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Esta ciudad se quedó traumatizada después del 31-M y del Delta. Durante algunos meses vivíamos pendientes del parte meteorológico y la presión sobre los profesionales del clima, a los que se exigía una imposible predicción del cien por ciento de fiabilidad, derivó en una oleada de prealertas y alertas que tenían a todo el mundo con el alma en vilo. El tiempo fue pasando y nos olvidamos de nuestras calles cubiertas por varios metros de barro, piedras y ramas. Pero algún día, tal vez sin aviso previo, nos volverá a caer la mundial sin que podamos hacer nada por evitarlo ni preverlo.

Porque la realidad, que más vale que vayamos aceptando, es que frente a ciertos fenómenos naturales solo cabe resistir lo mejor posible. Protegernos hasta que escampe y luego asomar el morro. Exactamente como hicieron nuestros abuelos.