n algo estamos fallando. Algo estamos haciendo mal para que un día sí y otro también nos horroricemos con la muerte de una mujer a manos de un hombre, con el asesinato de una mujer a manos de su expareja.
Vivimos en un mundo violento. No hay más que ver cómo nos comportamos cuando vamos al volante o cuando le gritamos a un árbitro. No hay más que ver las películas que nos ofrecen la televisión y el cine o los videojuegos con los que se entretienen nuestros hijos o simplemente los telediarios. Pero de todas las violencias, de todos los abusos, el más denigrante, el más repulsivo, es el de quien se vale de su superioridad física para agredir a una persona más débil.
Toda muerte pone fin a la vida. Y cuando se trata de una mujer joven, pone el punto y final a todo lo que tenía derecho a vivir. A María Iris le han quitado el derecho a ser feliz con sus hijos. Le han arrebatado los viajes que ya no hará, las risas que ya no tendrá, la gente que nunca conocerá. Y lo que produce más rabia y más impotencia es que quien le ha quitado la vida no tenía más motivo que el de haber sido su pareja.
¿Qué imbecilidad profunda impide a un hombre aceptar que una relación ya se acabó y que toca empezar otra vida? ¿Qué necio sentido de la propiedad le hace creer que la otra persona es de su propiedad, que es su esclava y que si no es su pareja no puede ser la pareja de nadie? l asesino también se asesina a sí mismo y a su propia vida. O eso debería ser. Porque tenemos que empezar a pensar en dónde debemos colocar el listón del castigo para quienes sean capaces de atentar contra la vida de las mujeres.
Ya está bien. Basta ya. No podemos seguir tolerando todo esto. Hemos hecho campañas de concienciación. Hemos hecho campañas educativas. Hemos puesto servicios de información y atención a las mujeres para que denuncien y hemos hecho juzgados especiales y leyes especiales para perseguir estos delitos. Y siguen ocurriendo. Serán necesarios castigos más duros para quienes recurran a la violencia machista?. Castigos lo suficientemente duros como para que se lo piensen dos veces.
No existe la posibilidad de que podamos proteger a todas las mujeres amenazadas. No se puede poner un agente de la autoridad por cada caso. Pero cada día nos enteramos que hay asesinatos de mujeres que ya habían denunciado a sus agresores.
Mientras educamos a nuestros hijos para que abandonen el salvajismo, para que sean mejores ciudadanos del mañana, tendremos que tomar medidas con los salvajes de hoy. No vale con que nos lamentemos una y otra vez. Los medios de comunicación tienen que plantearse una política nueva para este tipo de crímenes cuya difusión parece que actúa de involuntaria espoleta de imitación. Y los legisladores tienen que considerar un endurecimiento profundo de las penas con las que hoy se condena este crimen execrable de un hombre sobre una mujer.
A los cobardes hay que tratarlos como lo que son: cobardes. Que se pudra lejos de nosotros con su violencia y la sangre inocente de una mujer tinerfeña en sus manos. Que se pudra entre rejas el asesino de María. Que nunca más vuelva a una sociedad de la que ha arrebatado una vida inocente. Que se pudra por asesino y sobre todo por cobarde.
*Presidente del Cabildo de Tenerife