Es costumbre decir que el periodismo es el mejor oficio del mundo. La frase se le atribuye a Gabriel García Márquez, pero la verdad es que es de muchísima gente, dicha de modos distintos. Ahora hay cierta moda de denigrar el periodismo. Pues ni tanto ni tan calvo. Ni es el mejor oficio del mundo ni está tan en peligro como dicen. En realidad, están en peligro, por razones económicas de todo orden, las empresas que sustentan a quienes hacen (hacemos) periodismo, pero como todas las cosas de este mundo, y de la economía, todo eso es coyuntural: el oficio es invencible, como lo son otros oficios a los que hace años se les declaró en peligro de extinción. Ahí siguen los editores de libros, los churreros, los fabricantes de pan caliente (y no de molde) y los que fabrican bolígrafos o lápices.
Por eso, cada vez que me encuentro con alguien que dice que quiere estudiar periodismo, lo animo a hacerse periodista, y cuando una madre o un padre me dice que su hijo duda entre hacer esa carrera u otra le digo que si yo volviera a nacer no tendría duda: estudiaría periodismo, o simplemente iría a una redacción a buscar trabajo, pues no hay mejor escuela de periodismo que estar cerca de los periodistas.
Este último miércoles tuve oportunidad de viajar de Madrid a Tenerife junto a una señora que miraba, durante el trayecto, revistas de modas y de perfumes, mientras yo leía los periódicos del día y los recortaba, actividad que me regocija mucho, pues me da idea de que aún se pueden guardar recortes y así prolongar la utilidad de los periódicos. Al final del trayecto, que habíamos hecho en silencio, la señora se dirigió a mi para decirme que su hijo, que se llama Javier, es periodista; ahora no ejerce exactamente el oficio, pero es tan joven (27 años) que no pierde la esperanza. La animé, claro, y animé al chico a través de ella. La señora y yo estuvimos hablando en seguida del oficio; observé que ella cree, con razón, que el nuestro es un oficio que tiende a la degradación, aunque no siempre por los motivos que se dice: creo que quienes lo degradamos somos los periodistas, que no nos tomamos en serio algunos de los elementos del periodismo y hemos caído en la tentación de atender más al rumor o al comentario sin base informativa que a buscar información en la que sustentar los análisis que hacemos sobre la realidad. Los empresarios tienen sus culpas, pero no tienen todas las culpas. Asumamos nosotros las nuestras, y penen ellos las suyas, naturalmente.
Como ella trabaja en el mundo del perfume le hice el siguiente símil: los perfumes son según los ingredientes que depositas en su configuración. Si esos ingredientes no son buenos es muy probable que el perfume resultante huela mal. En periodismo pasa exactamente lo mismo: si una noticia está mal hecha, es muy factible que quienes la consuman la desechen rápido, con el consiguiente descrédito del periodismo y, por tanto, del periodista. ¿Y las empresas no están vendidas?, inquirió la señora, siguiendo sin duda una impresión muy extendida de que quienes son los culpables del mal estado del oficio son justamente los empresarios. Dudo, le dije, que un director nos diga que hagamos mal una crónica o una entrevista, o que un empresario baje a la redacción a pedirnos que hagamos mal el periódico. Así que la mayor responsabilidad del estado del oficio es nuestra, aunque al lado haya multitud de elementos que coadyuvan a este presente malestar.
Con respecto a nuestro trabajo propiamente dicho, y a los defectos en los que caemos, le aconsejé que hiciera a su hijo leer un libro espléndido, "Los elementos del periodismo" (El País Aguilar), de los estudiosos Billa Kovach y Tim Ronsenstiel, que explica todo lo que debemos hacer para que este oficio no desfallezca de inanición y mala práctica y, sobre todo, no huela como los malos perfumes.
Al final del viaje le pregunté si en su familia había algún antecedente que llevara a su hijo Javier a querer ser periodista. Me dijo que uno de sus abuelos era un gran lector de periódicos, eso era todo. Pero había algo más: un día ese abuelo dijo una frase que a ella (y al hijo) se les quedó grabada: "Prefiero leer periódicos que desayunar". Creo que esa frase es lo mejor que he escuchado nunca sobre el periodismo. Y tan solo por alguien que dijo esa frase yo volvería a hacerme periodista.