Existen tres factores que circundan la violencia de los hombres contra las mujeres: la involuntaria difusión de los casos, las garantías que asisten a un ciudadano que es en principio inocente hasta que se prueba lo contrario (en ocasiones trágicamente) y las penas en este país para quienes se manchan las manos de sangre.

Alguien tendrá que reconocer que en lo referente a los crímenes de exparejas vamos de culo y cuesta abajo. Por muchos juzgados especializados que se crean, por muchos grupos de apoyo, cuerpos de Policía, teléfonos para denuncias y campañas de mentalización, el número de salvajes que asesinan a mujeres sigue siendo alarmante.

Lo peor de todo es que estamos fallando en la educación de las nuevas generaciones. Los jóvenes también muestran en los estudios sociológicos peligrosas inclinaciones machistas. Existe algo roto en los sesos de un tipo al que cuando le mandan a freír puñetas en una relación, lo primero que se le ocurre es acuchillar a su pareja. No me vale la explicación de que esta es una sociedad violenta. Claro que lo es. Pero no es lo mismo el descerebrado que grita por la ventanilla del coche o el simio que nombra a gritos a la madre de un árbitro que el ser humano que es capaz de matar a otro. No es lo mismo. Hasta en la violencia hay categorías.

Es verdad que la televisión nos está reblandeciendo el cerebro. Y es cierto también que nos hemos transformado en una sociedad inculta, bruta, burda, pasional y extrema. Pero desde que el mundo es mundo ha existido la violencia machista. Shakespeare estranguló a Desdémona con las manos de Otelo por el veneno de los celos. Lo que pasa es que uno espera de este siglo comportamientos coherentes con los tiempos que vivimos. ¿Te deja tu pareja? Pues a otra cosa mariposa. No es agradable. Y duele. Pero si algo nos enseña la vida es que el tiempo hace que todo repose y se perciba en su verdadera dimensión.

Cada vez que los medios difunden con bombo y platillos el brutal asesinato de una mujer por un hombre se amplifica un fenómeno que tal vez no recibe el castigo judicial que se merece. El asesinato en este país, tan ocupado de las corruptelas políticas y bancarias, sale relativamente barato. Los jueces no pueden prever que un tipo sin antecedentes penales se convierta de la noche a la mañana en un asesino. Lo que pueden hacer -si legislamos- es meterlo para el resto de su vida en un oscuro agujero.

Hay medidas que funcionarán a largo plazo y que pasan por la educación de los niños, de los ciudadanos del futuro. Pero con carácter inmediato lo que procede es dejarle absolutamente claro a quien quite la vida de una de una mujer que de paso se está quitando la suya. Esa odiosa frase, "de la cárcel se sale, de la tumba no" tiene que dejar de ser cierta. No queda otra, que a mí se me ocurra.